IV DOMINGO DE ADVIENTO -Ciclo A-

Ya estamos a las puertas de la Navidad, y uno puede imaginar el corazón de la Virgen María. María quería ver a su Hijo, al que cargó nueve meses en su vientre. Y ese deseo de María es también el nuestro: queremos ver al Niño, queremos encontrarnos con Jesús.

Y no era cualquier madre. María tenía una sensibilidad especial, porque el Niño que llevaba no era cualquier niño: era el Hijo de Dios. Ella sabía perfectamente quién era. Ella sí lo reconoció. Ella creyó, confió y acogió lo que Dios estaba haciendo en su vida.

Hoy la Palabra de Dios nos regala una frase que se repite tanto en la primera lectura como en el Evangelio:
«La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».
Y Emmanuel quiere decir algo muy sencillo y muy profundo: Dios con nosotros.

Eso fue anunciado por el profeta Isaías muchos años antes. Ya Dios estaba diciendo: No los voy a dejar solos. El Mesías va a venir, Dios mismo va a meterse en nuestra historia.

Y eso es lo grande de nuestra fe: Dios no se queda lejos, Dios no mira desde arriba, Dios no se desentiende. Dios se hace cercano, se hace uno de nosotros, entra en nuestra vida tal como es.

María fue la que lo acogió. Por eso hoy se nos invita a que, de la mano de la Virgen, aprendamos también nosotros a preparar el corazón para recibir a Jesús, a este Dios que viene y quiere ser de verdad el Dios con nosotros.

Y aquí vale la pena preguntarnos con sinceridad:
¿Nos creemos de verdad que Dios está con nosotros?
¿Nos creemos que Dios está de nuestro lado?

Porque a veces no lo parece. A veces uno escucha —o dice— cosas como:
“Con lo bueno que yo soy, con todo lo que hago por Dios, ¿por qué me pasan estas cosas?”
“O fulano no pisa una iglesia y míralo, todo le sale bien”.

Pero la verdad es que nosotros no sabemos cómo le va a nadie. Solo sabemos cómo nos va a nosotros. Y muchas veces sentimos que siempre nos toca lo más duro.

Otras veces pasa algo más fuerte todavía: nos molestamos con Dios.
Decimos: “Estoy bravo con Dios porque no me escucha, porque no me concede lo que le pedí”.
Y sin darnos cuenta, eso va llenando el corazón de desconfianza.

Todo eso muestra que, en el fondo, nos cuesta creernos que Dios está con nosotros de verdad.

Y hay otra cosa muy común: no sabemos ver la mano de Dios en lo que nos pasa cada día. En la vida ocurren cosas buenas, malas, regulares… de todo un poco. Y nuestra fe no es para usarla solo los domingos, sino para leer la vida con los ojos de Dios.

San Pablo lo dice clarito:
“Todo sucede para bien de los que aman a Dios”.
Esa frase hay que rumiarla con calma, sobre todo cuando las cosas no salen como uno quiere.

Por eso hoy podemos hacernos dos preguntas sencillas pero bien importantes.
La primera:
¿Nuestra fe le da sentido a nuestra vida?
¿Nos ayuda a entender para qué estamos aquí, para qué vivimos?

Tal vez no tengamos respuestas para cada problema concreto, pero la fe sí tiene que ayudarnos a no caminar sin rumbo, a saber que nuestra vida tiene sentido en Dios.

Y la segunda pregunta es todavía más pegada a la realidad:
¿Nuestra fe nos ayuda a entender lo que nos pasa todos los días?
Los problemas de la casa, del trabajo, de la salud, de la familia… esas cosas que no son pequeñas para nosotros.

Porque podemos ir a misa, cumplir, rezar, y aun así vivir con miedo, con desconfianza, pensando que Dios está lejos. Y no.
Dios es el Dios con nosotros, el Dios que acompaña, el Dios que se preocupa, el Dios que no abandona.

Quizás eso es lo que más nos cuesta creer hoy:
que Dios se meta en nuestros problemas,
que Dios camine con nosotros,
que Dios esté pendiente de nuestra vida concreta.

Pero eso es justamente la Navidad:
Emmanuel, Dios con nosotros.
El Dios que vino a poner su tienda en medio de nosotros.

Pidámosle al Señor, por intercesión de la Virgen María y también a San José, que esta Navidad sepamos reconocer un poquito más a ese Dios que camina con nosotros y que nunca nos deja solos. ¡Qué así sea! 


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