I DOMINGO DE ADVIENTO -Ciclo A-
Domingo 30 / Nov
Mt 24, 37-44
Estemos preparados
Con el color morado y la corona de Adviento comenzamos este tiempo tan bonito y profundo que es el tiempo de Adviento. El Adviento es un tiempo de espera, pero podemos preguntarnos sinceramente:
¿Nos gusta esperar?
¿A la sociedad actual le gusta esperar? Da la impresión de que no. Vivimos con prisas, con estrés, con nervios. Basta ver a alguien que detiene un momento el carro y enseguida le tocan la bocina o le gritan. Parece que no estamos preparados para esperar.
Y sin embargo, la espera hace crecer en nosotros muchas virtudes: la constancia, la perseverancia, la paciencia. Además, cuando esperamos algo, lo valoramos mucho más. Lo que recibimos sin esfuerzo o inmediatamente, muchas veces lo acabamos despreciando. En cambio, lo que cuesta, lo que supone sacrificio o larga espera, lo valoramos de verdad.
Por eso la espera es buena. La espera ensancha el corazón.
Y el Adviento es, ante todo, un tiempo de espera.
¿Y qué esperamos los cristianos?
Esperamos a Dios, esperamos sus promesas y esperamos su venida. Pero no basta con esperar: también hay que saber reconocer cuándo llega.
1. El riesgo de no reconocer a Dios cuando llega
El pueblo de Israel esperó durante siglos al Mesías. Pero cuando llegó, muchos no lo reconocieron. Quizá porque Dios vino en la sencillez: un niño, un pesebre, una familia humilde. Tal vez si hubiera llegado con más espectacularidad, lo habrían identificado mejor. Pero Dios ama actuar en lo pequeño.
Y también hoy Dios llega a nuestra vida en cosas sencillas:
- una persona que nos pide ayuda,
- una invitación a un retiro o a una Misa,
- el cuidado de un enfermo,
- un momento de oración,
- una palabra que toca nuestra conciencia.
Si valoramos estas cosas pequeñas, descubriremos que Dios está llegando a nuestra vida diariamente. Pero corremos el peligro de no reconocerlo.
2. Como en tiempos de Noé
El Evangelio de hoy nos llama la atención: Jesús dice que en tiempos de Noé la gente comía, bebía, se casaba… ¿Hacían algo malo?
Nosotros también comemos, bebemos, nos casamos.
¿Entonces por qué vino el diluvio?
No por lo que hacían, sino porque vivían olvidados de Dios.
Dios no ocupaba ningún lugar en sus vidas.
Y este es el gran peligro también para nosotros:
El maligno no siempre actúa llevando a la gente al ateísmo o al rechazo explícito de Dios. Muchas veces actúa de forma más sutil: distrae nuestro corazón. Nos entretiene con cosas buenas, pero secundarias, y poco a poco nos aparta de lo esencial.
Nos centramos en mil cosas del mundo, que no son malas, pero si ponemos en ellas nuestras esperanzas, terminamos olvidando a Dios.
Es lo que pasa con muchas personas que dicen:
«Yo no robo ni mato».
Pero Dios no ocupa un lugar central en sus vidas.
3. Vivimos en un ambiente que ya no celebra el Adviento
Nos rodea una cultura que prácticamente ha borrado el Adviento. Muchísimas personas ni siquiera saben qué es. Y lo curioso es que quizá saben algo del Ramadán, pero no conocen un tiempo tan propio de la fe cristiana.
Esta semana ya se ha encendido la iluminación de las ciudades. ¿Y qué dicen esas luces? «Feliz Navidad».
Nada sobre el Adviento, nada sobre la espera, nada sobre la preparación del corazón.
Es un ambiente de consumismo, de regalos, de prisas, y corremos el riesgo de contagiarnos, porque vivimos en este mundo, y lo que vemos y escuchamos nos influye aunque no lo notemos.
Pero no estamos en Navidad: estamos en Adviento.
Y el Adviento es un tiempo penitencial, distinto de la Cuaresma, pero igualmente un tiempo de preparación seria para las dos venidas del Señor.
4. Velar: la palabra clave del Evangelio
Por eso hoy Jesús nos repite una palabra que aparece muchas veces en el Evangelio:
Velen. Estén atentos. Vigilen.
Porque lo secundario puede robarnos la mirada de lo esencial.
Porque los ruidos del mundo pueden hacernos olvidar la voz de Dios.
Porque lo urgente puede hacernos descuidar lo importante.
Conclusión
Hoy, en este primer domingo de Adviento, el Señor nos invita a:
- Esperar a Dios con un corazón abierto.
- Reconocer sus huellas en lo sencillo.
- Velar para que lo secundario no nos aparte de lo esencial.
- Vivir este tiempo como tiempo de esperanza, vigilancia, paciencia y conversión.
Pidámosle al Señor que sepamos esperarle, que sepamos reconocerle cuando llega y que la espera ensanche nuestro corazón para acogerlo mejor. Que así sea.