DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN
Domingo 09 / Nov
Jn 2, 13-22
Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús entrando en el templo de Jerusalén y encontrando allí vendedores, cambistas, animales… un lugar que debía ser sagrado, convertido en un mercado. Entonces, con firmeza y autoridad, el Señor expulsa a los vendedores y proclama:
“No hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”.
Esta escena puede sorprendernos, porque no estamos acostumbrados a ver a Jesús airado. Sin embargo, su enojo nace del amor, no del desprecio. Jesús ama el templo porque ama al Padre. Ama ese lugar donde los hombres deberían encontrarse con Dios, y sufre al ver que lo han convertido en otra cosa.
El celo que le consume no es un impulso violento, sino una pasión por la santidad de la casa del Padre, por la pureza del culto, por la verdad de la relación con Dios.
1. “Destruyan este templo…”
Cuando los judíos le piden una señal, Jesús responde con palabras misteriosas:
“Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré”.
Ellos pensaban en el templo de piedra, pero Él hablaba del templo de su cuerpo.
Aquí está el corazón del Evangelio: Jesús mismo es el nuevo templo. En Él habita la plenitud de la divinidad, y por su muerte y resurrección, se inaugura un nuevo culto “en espíritu y en verdad”.
Desde entonces, Dios no se encuentra solo en los templos materiales, sino en la persona de Cristo y en todos aquellos que viven en comunión con Él.
Por eso hoy, cuando celebramos la dedicación de una iglesia, recordamos que cada templo de piedra apunta a Cristo y a su Cuerpo, que es la Iglesia. Lo que hace sagrado a un edificio no son las piedras, sino la presencia del Señor y la fe viva de su pueblo.
2. El templo interior
Jesús también quiere entrar hoy en el templo de nuestro corazón, para purificarlo como purificó el de Jerusalén.
A veces, en ese templo interior, también se han colado los “vendedores” del egoísmo, de la vanidad, del orgullo, de la comodidad, del resentimiento.
Y el Señor, con su palabra y su gracia, viene a derribar lo que no pertenece a Dios, para que nuestra alma vuelva a ser casa de oración y lugar de encuentro con Él.
La fiesta de hoy, entonces, es una llamada a dejar que Cristo limpie nuestro templo interior, para que su Espíritu habite en nosotros con libertad.
No tengamos miedo de que Jesús “perturbe” nuestro orden o nuestras costumbres: su purificación no destruye, restaura. No quita la alegría, la devuelve. No echa fuera la vida, la renueva.
3. La Iglesia, casa del encuentro
Finalmente, este evangelio nos invita a mirar también con amor nuestras iglesias de piedra.
Son lugares de gracia, donde Dios sigue habitando en medio de su pueblo. Cada vez que entramos en ellas, debemos recordar que estamos en casa del Padre.
Por eso, la reverencia, el silencio, el respeto y la adoración no son solo normas externas, sino expresiones de amor. Quien ama, cuida. Quien sabe que está en presencia de Dios, se arrodilla, se calla, escucha.
La Basílica de Letrán, madre y cabeza de todas las iglesias, nos recuerda hoy que toda iglesia consagrada es un signo visible del amor de Dios que quiere habitar entre los hombres. Pero también que cada cristiano es una piedra viva de ese templo espiritual que es la Iglesia.
4. Conclusión
Pidamos hoy al Señor que purifique nuestros corazones como purificó el templo, que haga de nuestras vidas una morada digna de su Espíritu, y que nunca dejemos de ver en nuestras iglesias un lugar sagrado de encuentro, silencio y adoración.
Que cada vez que entremos en la casa de Dios, podamos decir con verdad:
“El celo de tu casa me devora”. Que así sea.