DOMUND, CANONIZACIONES Y PRIMERAS COMUNIONES


HOMILÍA SOLEMNE – DOMUND, CANONIZACIÓN Y PRIMER ENCUENTRO CON JESÚS EN LA EUCARISTÍA 
Evangelio: Lucas 18, 1-8

Queridos hermanos,
El Evangelio de este domingo nos ofrece una de esas parábolas breves y luminosas que condensan todo el corazón del Evangelio:
una viuda pobre, indefensa, pero perseverante; y un juez poderoso, indiferente, sin temor de Dios ni respeto por nadie.

Y sin embargo, dice Jesús, aquella mujer, con su insistencia, logra ser escuchada.
Y el Señor concluye con esa frase que es una clave para toda la vida cristiana:
“Hay que orar siempre, sin desanimarse.”

1. La oración, fuerza de los pequeños
Hermanos, esta parábola nos enseña algo profundo:
Dios escucha a los pequeños, a los perseverantes, a los que no se rinden.
La viuda representa a todos los que, en medio de la vida, sufren injusticia, soledad o cansancio,
pero siguen elevando su voz al cielo.

La oración —dice Jesús— es la fuerza de los débiles,
la voz de quienes no tienen voz,
el refugio de quienes confían solo en Dios.

Y en este mundo que valora lo rápido, lo eficiente, lo visible,
Jesús nos recuerda que lo más fecundo muchas veces ocurre en el silencio,
en ese diálogo humilde con Dios que nadie ve, pero que transforma los corazones y mueve el mundo.

Por eso, orar no es perder el tiempo.
Es darle sentido al tiempo.
Es volver a poner la vida en las manos del Padre.
Y el que ora, aunque esté solo, nunca está vencido.

2. El DOMUND: la oración que se hace misión
Y hoy, precisamente, celebramos el DOMUND, el Domingo Mundial de las Misiones.
La Iglesia entera ora y ofrece por los misioneros, por los hombres y mujeres que han dejado su tierra, su familia, sus seguridades,
para anunciar a Cristo hasta los confines del mundo.

Pero el DOMUND no es solo para “ellos”, los que están lejos.
Es también para nosotros, aquí.
Porque todos los bautizados somos misioneros.
Y nuestra misión comienza, precisamente, en la oración.

Sin oración, no hay misión;
porque es en la oración donde el corazón se enciende, donde escuchamos la voz del Señor que nos dice, como a Isaías:
“¿A quién enviaré?”
y donde podemos responder, con alegría: “Aquí estoy, Señor, envíame.”

Cada uno de nosotros está llamado a ser misionero allí donde vive:
en su casa, en su trabajo, en su escuela, en su comunidad.
El misionero no es el que viaja lejos,
sino el que lleva a Cristo cerca, a los corazones.

El lema del DOMUND de este año —“Misioneros de la esperanza”
nos invita a eso: a ser testigos de la esperanza que nace de la fe orante.
Porque quien ora, no se encierra: se abre, se entrega, se vuelve don.

3. Los santos venezolanos: oración hecha servicio
Y hoy nuestra alegría es aún mayor,
porque celebramos también la canonización de dos grandes venezolanos, dos testigos luminosos de lo que es orar sin desanimarse: San José Gregorio Hernández y Santa Carmen Rendiles.

San José Gregorio, médico de los pobres, hombre de ciencia y de fe profunda, sabía que su bisturí no solo tocaba cuerpos, sino almas.
Antes de cada jornada, oraba, pedía luz a Dios, y veía en cada enfermo el rostro sufriente de Cristo.
Su vida fue una oración continua, hecha trabajo, compasión y entrega.
Él nos enseña que la oración no aparta del mundo, sino que lo transforma desde dentro.

Y la Madre Carmen Rendiles,
humilde fundadora, servidora infatigable, que desde su discapacidad física supo irradiar una fuerza interior desbordante.
Ella comprendió que la verdadera santidad no consiste en hacer cosas grandes, sino en hacer con amor las cosas pequeñas de cada día.
Su vida fue oración que se volvió caridad.

En ellos, Venezuela nos muestra dos rostros distintos de una misma fe viva: una oración perseverante que se hace misión, servicio, ciencia, educación, caridad.
Ellos son hoy para nosotros modelos de cómo la fe puede transformar un país.

4. Los niños de Primera Comunión: semilla de esperanza
Y en medio de esta gran fiesta de la Iglesia, qué hermoso es ver a nuestros muchachos que hoy reciben por primera vez a Jesús en la Eucaristía.

Queridos muchachos, hoy es un día que nunca olvidarán. No solo por esta histórica fecha de nuestra patria de la canonización de nuestros compatriotas, sino porque 
hoy Jesús entra en sus corazones
y les dice con ternura:
“Yo estaré contigo siempre.”

A partir de hoy, ya no caminan solos.
Cada vez que comulguen, recuerden que Jesús vive dentro de ustedes,
que los ama, que los escucha,
y que siempre pueden hablarle, contarle sus cosas, pedirle ayuda,
darle gracias por lo bueno y confiarle lo difícil.

Eso es orar: vivir con Jesús como con un amigo.
No dejen de hacerlo nunca.
Y ustedes, papás, mamás, abuelos, catequistas: enseñen a sus hijos a orar, no solo a repetir palabras,
sino a abrir el corazón, a conversar con Dios, a vivir en su presencia.

Los dos santos compatriotas nuestros nos han enseñado muchísimo a valorar ese encuentro con Jesús en la Eucaristía.  San José Gregorio y Santa Carmen ya desde temprana edad iban a Misa diaria y visitaban a Jesús en el Sagrario. Madre Carmen enseñó a sus hijas, las siervas de Jesús, a saludarse diciendo: ¡Viva Jesús Hostia!, y el que recibía el saludo decía: «Por siempre»

Cuando un chamo aprende a orar, la fe de una familia entera se fortalece.
Y una familia que ora, se convierte en una pequeña Iglesia misionera.

5. “¿Encontrará esta fe en la tierra?”
Jesús termina su parábola con una pregunta inquietante:
“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”

Esa pregunta resuena hoy con fuerza en nosotros.
¿Encontrará el Señor, cuando venga, corazones orantes, misioneros, santos?
¿Encontrará en nosotros la fe de los niños, la perseverancia de la viuda, la entrega de los santos?

Pidámosle que sí.
Que encuentre en nosotros una fe viva, humilde, confiada.
Una Iglesia que ora y que sale,
una Iglesia que ama y que sirve,
una Iglesia que, como nuestros santos,
se deja transformar por la oración.

Conclusión
Hermanos,
hoy el Señor nos invita a orar siempre, sin desanimarnos;
a ser misioneros de esperanza,
a seguir el ejemplo de San José Gregorio y de Santa Carmen,
y a acompañar a nuestros niños en el hermoso camino de la fe.

Que cada Eucaristía sea para nosotros escuela de oración,
fuego que enciende la misión,
y fuente de santidad.

Y al final de esta celebración, que podamos decir con todo el corazón:

“Señor, creo, pero aumenta mi fe.
Hazme orante, hazme misionero, hazme santo.
Señor, confío en Ti.” Amén.




Entradas más populares de este blog

Algo de mi, 25 antes y después.-

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA