CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
Domingo 02 / Nov
CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
Ayer celebrábamos la solemnidad de Todos los Santos, contemplando la gloria de quienes ya viven en la presencia de Dios.
Hoy, la Iglesia nos invita a orar por todos los fieles difuntos: por aquellos que han partido antes que nosotros, confiando en la misericordia del Señor.
En estos días, muchos visitan los cementerios. No lo hacemos solo por tradición o recuerdo, sino como un acto de fe y de amor. Vamos a expresar nuestro cariño, a rezar por nuestros seres queridos, y a confesar con esperanza lo que decimos en el Credo: “Creo en la comunión de los santos, en la resurrección de la carne y en la vida eterna.”
La muerte, hermanos, es una realidad que todos debemos afrontar. A veces tratamos de olvidarla, de apartarla del pensamiento, pero está ahí. Y no debemos mirarla con miedo, sino con sabiduría y fe.
Para el creyente, la muerte no es un muro, sino una puerta abierta hacia Dios.
Porque Cristo ha vencido la muerte.
Él mismo nos dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn 11,25).
Por eso, cuando rezamos por los difuntos, proclamamos que el amor no termina en la nada, que el amor verdadero exige eternidad.
Dios, que es Amor, no puede permitir que lo que fue amado en Él desaparezca para siempre.
San Pablo nos recuerda: “No queremos que ignoren la suerte de los difuntos, para que no se entristezcan como los hombres sin esperanza” (1 Tes 4,13).
Sí, lloramos por los que se han ido, porque los amamos. Pero no desesperamos, porque creemos que ellos viven en Dios y que un día volveremos a encontrarnos con ellos.
Jesús, con su muerte y resurrección, nos ha mostrado el camino.
Él es el Buen Pastor que nos acompaña también en la hora de la muerte, y nos conduce hacia la vida que no acaba.
Esa es nuestra fe: Cristo ha resucitado, y nosotros resucitaremos con Él.
Vivamos, pues, con esperanza.
Que nuestra oración por los difuntos sea expresión de amor y de confianza.
Pidamos al Señor que los reciba en su paz, que los purifique con su misericordia, y que también a nosotros nos conceda vivir con la mirada puesta en la eternidad.
Porque en Cristo, la muerte no tiene la última palabra. ¡Qué así sea!