HOMILIA EN LA SANTA MISA FUNERAL DEL P. JOSE CÓRCEGA TRILLO

Queridos hermanos,
Hoy nos reúne la Eucaristía para hacer memoria, en el Señor, del padre José Florencio Córcega, en este primer aniversario de su partida a la casa del Padre. Y lo hacemos iluminados por la Palabra de Dios que la liturgia nos ofrece en este día.

En el Evangelio, Jesús nos recuerda algo esencial: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra” (Lc 8,21). Con estas palabras, el Señor nos enseña que la verdadera familia no se forma solo por la sangre o los afectos humanos, sino por la fidelidad al Padre, por la escucha de su voz y por la obediencia a su voluntad.

Cuando pensamos en la vida del padre José Florencio, podemos reconocer que él vivió como miembro de esa gran familia de Dios. Fue una vocación adulta, un hombre que, en la madurez de su vida, se dejó alcanzar por el Señor y le respondió con generosidad. Su ministerio fue apasionado, lleno de fervor, con un deseo ardiente de salvar almas para Dios.

Sus parroquias en la diócesis —San Antonio, Santo Domingo y San Maturín— lo recuerdan con gratitud y cariño, porque en cada una dejó huella de pastor cercano, incansable y entregado. El mismo testimonio de quienes compartieron con él la vida y el ministerio nos habla de un sacerdote que tenía siempre tiempo para los enfermos y los ancianos, que eran los primeros en su corazón. Ese es un signo claro de la caridad pastoral de la que nos habla el Concilio Vaticano II: un pastor que no busca otra cosa que hacerse cercano, como Cristo Buen Pastor.

Su vida también tuvo momentos de prueba y de conflicto. En cierto momento debió salir a España para estudiar y también para encontrar nuevos caminos en medio de las dificultades que como venezolano le tocó vivir. Pero aun lejos, su corazón siempre estuvo en su tierra. Nunca dejó de volver, cada año, para estar con su familia, con su pueblo y con su gente. Esa fidelidad a sus raíces es también signo de un corazón sacerdotal que no olvida de dónde viene ni para quién ha sido consagrado.

Personalmente, yo doy gracias a Dios por él, porque fue mi padrino de ordenación sacerdotal. Y de él aprendí —y hoy lo comparto con ustedes— lo que significa ser incansable en el ministerio que la Iglesia nos confía, vivir la caridad pastoral sin descanso, y hacer de la entrega diaria un acto de amor a Dios y a su pueblo.

Queridos hermanos, celebrar esta misa de aniversario no es solamente recordar con nostalgia; es sobre todo dar gracias. Gracias a Dios que lo llamó y lo sostuvo en su ministerio. Gracias porque, a través de su vida sacerdotal, muchos recibieron consuelo, esperanza y cercanía. Y también es renovar nuestra esperanza: porque creemos que la muerte no tiene la última palabra, sino la Vida que Cristo nos ganó con su Pascua.

Al ofrecer esta Eucaristía pedimos al Señor que reciba en su Reino al padre José Florencio, que le premie por su entrega generosa, y que nos conceda a nosotros la gracia de imitar lo que en él fue fidelidad, amor pastoral y celo por las almas.

Y mientras lo recordamos con cariño, hacemos nuestra la promesa de Jesús: “El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. 

Así queremos vivir, para que un día podamos reunirnos de nuevo con él y con todos los santos en la casa del Padre.
Amén.

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SALUDOS A SU FAMILIA 

Querida familia del padre José Florencio,

En este primer aniversario de su partida queremos unirnos a ustedes con cercanía, con oración y con gratitud.001 Sabemos que para ustedes no ha sido fácil su ausencia, porque detrás del sacerdote siempre está el hermano, el hijo, el tío, el familiar que amaron profundamente y que gdejó un lugar vacío en la mesppa y en el corazón.

Hoy la Iglesia, que fue también su familia, se hace una sola con ustedes en el dolor y en la esperanza. Porque la fe nos asegura que la vida de los que creemos no termina, sino que se transforma; y que quienes han servido fielmente al Señor no quedan en el olvido, sino que viven ya en su presencia.

Ustedes pueden tener la certeza de que el padre José Florencio dejó una huella imborrable en las comunidades donde sirvió y en todos los que compartieron con él. Su recuerdo no se limita a la nostalgia: se convierte en ejemplo, en inspiración, en impulso para seguir adelante en la fe.

En nombre de la Iglesia y de todos los que lo quisimos, les decimos gracias por haberlo acompañado, por haberlo sostenido en su vocación, por haberlo compartido con el pueblo de Dios. Y pedimos al Señor que les conceda el consuelo que viene de lo alto, la paz que solo Él sabe dar, y la esperanza de que un día volverán a encontrarse con él en la casa del Padre.

Cuenten con nuestra oración y con nuestro cariño.








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