Fin de las vacaciones: un corazón agradecido
El final de unas vacaciones nunca es solo el regreso a la rutina. Es también el momento de mirar atrás y descubrir, con calma, todo lo que se ha vivido. Yo vuelvo agradecido, con la certeza de que estos días han sido un regalo de Dios.
Lo primero que guardo en el corazón son los reencuentros con los amigos. Algunos muy especiales: el Padre Quique, mi superior en Alcalá de Henares, cuya cercanía siempre es luz; el Padre Jaume, con quien me une una amistad de más de diez años en España, una verdadera fraternidad. También Desiderio y Enrique, compañeros de adolescencia y de camino vocacional, que me recuerdan de dónde vengo y hacia dónde voy.
Otros amigos son como un hogar abierto: Beatriz y Raúl, que en mis años de estudiante me dieron su amistad, y que ahora me han presentado a su hija Elisa, la más pequeña de la casa, junto al abuelo Benjamín, testigo de tantas historias. Y no puedo olvidar a Sharon, a Pepe, a la gente de Montejícar, al Padre Montero en Granada… aunque lamento no haber podido ver a muchos otros que también forman parte de mi historia y a quienes debo tanto.
Las vacaciones han sido también un camino espiritual. Pude atravesar las puertas santas en Roma, confiando intenciones y agradecimientos. Cumplí el sueño de visitar a mi madrina Santa Rita en Cascia, y me encontré con la sencillez luminosa de Santa María Goretti en Nettuno. Allí mismo, la Providencia me regaló reencontrarme con un hermano sacerdote al que hacía tiempo no veía. Recé el Ángelus con el Papa León XIV y conocí Castel Gandolfo, lugares que quedarán marcados en mi memoria como huellas de fe.
Hoy regreso descansado, con el corazón ensanchado por tantas experiencias y nombres propios. Y, sobre todo, regreso agradecido.
Y quizás ahí está la clave: aprender a dar gracias. No importa si se trata de un viaje largo o de unos días sencillos en casa; si hubo reencuentros o si simplemente descansamos en silencio. Lo que cambia la mirada es la gratitud. Ella transforma lo vivido en bendición y nos recuerda que la vida está llena de regalos, grandes y pequeños.
Que cada uno, al volver de su propio camino, pueda detenerse un momento, mirar hacia atrás y decir: “Gracias, Señor, por lo que me has dado. Gracias por lo que me has enseñado”. Solo así, el regreso será siempre un volver a comenzar algo nuevo, con más esperanza, alegría y fe.