DOMINGO XXV -Ciclo C-

Domingo 21 / sep
Lc 16, 1-13
El administrador astuto

El Evangelio de este domingo nos presenta una de las parábolas más desconcertantes de Jesús: la del administrador infiel (Lc 16,1-13). A primera vista parece escandaloso que el Señor ponga como ejemplo a un tramposo, un corrupto. ¿Acaso Jesús aprueba la corrupción? De ningún modo.

Como siempre, la clave está en fijarnos en lo esencial de la parábola. El administrador no es alabado por ser injusto, sino por ser astuto, decidido, rápido para asegurar su futuro. Jesús concluye: «Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».

El mensaje es claro: también nosotros, como administradores de los dones de Dios, estamos llamados a poner la misma inteligencia, creatividad y decisión, no para enriquecernos aquí, sino para asegurar la vida eterna.

San Agustín decía que los pobres son nuestros agentes: gracias a ellos podemos transferir, desde ahora, nuestros bienes a la eternidad. San Basilio lo recordaba con fuerza: «El pan que guardas es del hambriento; el vestido que no usas es del desnudo; el dinero que escondes es del necesitado».

El profeta Amós en la primera lectura denuncia con dureza la explotación del pobre: trucar balanzas, especular con el pan, comprar al pobre por unas sandalias. Y esa denuncia sigue vigente hoy: corrupción, especulación financiera, abuso de los más débiles.

Pero no basta con indignarnos. El Señor nos pide algo más: usar con sabiduría incluso el dinero, que es «vil» porque pasa, para ganar lo que no pasa. «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando falte, os reciban en las moradas eternas».

Aquí está el gran problema de nuestra fe hoy: hemos olvidado los deberes y hemos perdido de vista la vida eterna. Hablamos mucho de derechos, pero casi nunca de obligaciones. Nuestros antepasados construyeron templos y dieron lo mejor de sí porque creían en la eternidad. Hoy cuesta levantar una iglesia, no por falta de dinero o tecnología, sino porque falta fe.

Además, no hemos aprendido a ser agradecidos. Creemos que todo lo que tenemos es fruto exclusivo de nuestro esfuerzo, y olvidamos que todo es don de Dios. Agradecer no es solo decir “gracias”, es compartir, es devolver con generosidad lo que gratis hemos recibido.

Jesús es muy claro: en el juicio final no se nos condenará por robar, sino por no haber dado. «Tuve hambre y no me diste de comer». El dinero pasa, pero con él podemos ganar amigos eternos: aquel pobre que comió gracias a ti, aquel enfermo que pudo curarse, aquel niño que pudo estudiar.

Si no somos fieles en lo poco —en el dinero— ¿cómo se nos confiarán los verdaderos tesoros, que son las almas y la vida eterna?

Por eso, esta parábola nos invita a una conversión muy concreta: usar los bienes de este mundo con sabiduría, para compartir, para agradecer, para amar. Así un día podremos escuchar del Señor: «Ven, bendito de mi Padre».
¡Qué así sea!



Entradas más populares de este blog

Algo de mi, 25 antes y después.-

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA