DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

El Evangelio de este domingo nos sorprende con palabras fuertes de Jesús: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío… El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser discípulo mío… Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.

A primera vista, estas palabras parecen duras. ¿Cómo es posible que Jesús nos pida renunciar a la familia, a los bienes, incluso a nosotros mismos? Sin embargo, lo que el Señor nos está enseñando es algo mucho más profundo: para seguirlo de verdad, hay que ponerlo en el primer lugar del corazón.

No se trata de despreciar a la familia o de abandonar nuestras responsabilidades. Al contrario, cuando Jesús ocupa el centro, aprendemos a amar mejor a los demás, con un amor libre, que no se queda en el egoísmo ni en la dependencia.

Jesús utiliza dos ejemplos muy claros: El de quien quiere construir una torre, pero primero calcula si tiene lo suficiente para acabarla.
Y el del rey que antes de ir a la guerra, se asegura de si sus tropas bastan para enfrentar al enemigo.


La enseñanza es sencilla: seguir a Jesús no es un impulso pasajero, sino una decisión seria y madura. Como cuando uno decide casarse, formar una familia, iniciar un trabajo o un proyecto de vida: se requiere compromiso, perseverancia y entrega.

Veamos esa enseñanza en estos ejemplos cotidianos:

Pensemos en una madre que se levanta cada madrugada para cuidar a su hijo enfermo. Ella ha renunciado al descanso por amor.

O en un padre de familia que trabaja con esfuerzo honrado, rechazando caminos fáciles pero injustos. Él ha renunciado a ganancias rápidas por fidelidad a Dios.

O en un joven que prefiere ser fiel a su fe, aunque lo critiquen sus amigos o pierda oportunidades. Él ha renunciado a la comodidad para ganar en autenticidad.


Eso es lo que significa cargar con la cruz cada día: no tanto buscar sufrimientos, sino abrazar con amor las exigencias que la vida nos presenta, uniéndolas a Cristo.

Lo que nos propone Jesús no es una carga imposible, sino el camino hacia la libertad. Cuando ponemos a Cristo en primer lugar, todo lo demás encuentra su lugar:

La familia, lejos de perder valor, se convierte en un tesoro vivido desde el amor de Dios.

Los bienes materiales, lejos de ser un peso, se transforman en instrumentos para compartir.

La cruz, lejos de ser un castigo, se vuelve fuente de gracia y salvación.

Hermanos, hoy el Señor nos pregunta:

¿Estoy dispuesto a seguirlo sin condiciones?

¿Qué cosas, afectos o seguridades ocupan el lugar que solo Él debería tener en mi vida?

¿Estoy construyendo mi fe con fundamentos sólidos, o solo con entusiasmos pasajeros?


Pidamos la gracia de ser discípulos valientes y coherentes, que no se quedan en las palabras, sino que viven la fe con hechos, sabiendo que quien lo entrega todo a Cristo, en realidad lo gana todo, que Cristo no ilusiona, pero tampoco desilusiona. María nos mantenga firmes en el seguimiento de su Hijo. ¡Qué así sea! 




Entradas más populares de este blog

Algo de mi, 25 antes y después.-

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA