Tres años después: volver al lugar donde casi partí
El hospital se convirtió en mi desierto, en mi Gólgota personal. Allí conocí el miedo, la debilidad, la incertidumbre. Pero también descubrí que en mi fragilidad Dios estaba más presente que nunca. Su mano me sostuvo a través de los médicos, de la oración de mi familia, de los amigos que intercedieron por mí cuando yo ya no podía orar.
Volver ahora, tres años después, al mismo lugar donde estuve internado fue un acto necesario. No para recordar el sufrimiento, sino para dar gracias. Gracias a Dios, a los médicos, a las enfermeras, a mi familia de fe, a cada gesto de cuidado y oración que me sostuvo cuando no tenía fuerzas. Caminar por esos pasillos fue como cerrar un ciclo: mirar de frente a la herida y reconocer que de allí nació una nueva vida.
Hoy reconozco que la vida es puro regalo. Nadie puede asegurar un día más por sus propias fuerzas. Todo lo recibimos del Señor. San Pablo lo expresa con claridad: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15,10). Y es esa gracia la que me sostiene ahora, con cicatrices en el cuerpo pero con un corazón renovado.
Al compartir estas palabras, pienso en quienes atraviesan la enfermedad o acompañan a un ser querido en el dolor. Quiero decirles que no están solos. Cristo mismo cargó la cruz y camina con nosotros. Y cuando todo parece derrumbarse, la gratitud se convierte en una fuerza que nos levanta, porque abre el corazón a reconocer que Dios sigue obrando, incluso en la noche más oscura.
Hoy cierro un ciclo, pero también celebro un nuevo comienzo. Tres años después, puedo decir con el salmista: “No moriré, viviré para contar las hazañas del Señor” (Sal 118,17). Y lo hago con la certeza de que cada día es un regalo, de cada día presente es mejor que el de ayer, cada respiro es gracia, y cada paso es oportunidad para amar más y confiar más.
A ti que lees estas líneas, si estás pasando por una prueba, no pierdas la esperanza. El Señor sigue haciendo nuevas todas las cosas (Ap 21,5). Vuelve a Él con un corazón agradecido, porque incluso del dolor puede brotar vida nueva.