LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR -2025-


Miércoles 06 / Ago
Lc 9, 28b-36
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.

La Transfiguración del Señor es un acontecimiento que el mismo Señor regala a sus discípulos más cercanos: Pedro, Santiago y Juan, para prepararlos a lo que pronto vendrá: el acontecimiento de la cruz. 

Jesús sabía que iba a morir y también sabía la forma de cómo iba a morir. Sabía que moriría crucificado, y ese tipo de muerte era ignominiosa, para la mentalidad judía quien colgaba de un madero era un maldito de Dios. 

Y Jesús sabía que esa muerte iba a generar en sus discípulos una profunda crisis, aparte del miedo a saber que ellos podían tener la misma suerte de su maestro. El miedo y la duda hicieron que renegaran de Cristo y que renunciaran a su seguimiento.

Solo la Resurrección, y más tarde Pentecostés, volvieron a poner las cosas en su sitio.

Pero el Señor como buen médico que ayuda al paciente a evitar los estragos de la enfermedad, quiere también ayudar a sus discípulos a evitar que esa grave crisis de la cruz les quiere dar argumentos, que ya los tenían y de sobra, ya habían presenciado tantos milagros, habían visto resurrecciones, habían escuchado su mensaje que solo podía venir de Dios. Pero aún con todo eso Jesús quiere darle algo más, como una propina, un extra; para que luego aguanten la prueba.

Pero igual no sirvió, igual entraron en crisis del mismo modo. Hiciera Cristo lo que hiciera cuando llegó la hora de la oscuridad cayeron las columnas de la Iglesia. Pero el Señor hizo su parte, y ellos con su libre albedrío eligieron las tinieblas, y eso se los hizo ver el acontecimiento de la Resurrección que los llevaría incluso al martirio. 

Esto nos tiene que llevar a ver lo que nos pasa muchas veces en nuestra vida de fe. Somos como esos niños que creen que si su mamá lo deja un momentico en la cuna o el piso ya echan a llorar creyendo que ya han dejado de quererlo. ¿Somos así con Dios? ¿Necesitamos que nos mime, nos concienta y nos sobre proteja como lo hacían nuestras madres? 

¿Qué sucedería si la madre no suelta al niño en brazos para que su hijo no berreé? ¿Podría mantenerlo en brazos veinte o treinta años después? Se habría convertido en un hombre o una mujer  inútil incapaz hasta de caminar. 

Y esto lo hacen muchos padres. Les evitan tanto los problemas a los hijos, que estos nunca aprenden a resolver los conflictos, a valerse por sí mismo. 

Y eso es precisamente lo que pretendemos con Dios. Queremos que sea un Padre tapa huecos, o utility, un alguien que me resuelva y siempre. ¿Cuántas veces no le reprochamos que Él no ha hecho nada para resolver los grandes problemas de la humanidad? Olvidando que nos ha creado a nosotros, a tí, y a mí para que aprendamos a resolver con la ayuda de Él. Pero no podemos esperar que Dios lo resuelva a todo.

No queremos problemas, no queremos cruces, no queremos sufrimiento, queremos que Dios nos lo quite por arte de magia. Y a veces delante de los problemas, pequeños problemas por cierto, entramos en crisis y empezamos a desconfiar de su amor: Dios no me ama, Dios no existe, a Dios no le importa.
Qué frágil es nuestra fe, si es que la tenemos.

Esa es la enseñanza de la Transfiguración. ¿Qué he hecho con todos los dones que Dios me ha dado? ¿Qué he hecho con todo lo que Dios ha hecho por mi? ¿Qué estoy haciendo? ¿Estoy siendo agradecido? ¿Soy capaz de aprovechar todo eso para perseverar en el amor a Dios y el amor al projimo? 

¿O por el contrario, continuamente reclamo una y otra vez un milagro, uno detrás de otro para seguir diciendo: te quiero, te adoro? ¿Te cuesta decirle a Jesús en la cruz te quiero, te adoro? 

Pidamos al Señor la gracia de poder mantenernos en la luz cuando llegue la oscuridad, que las tinieblas no borren nuestra memoria agradecida, los momentos en los que El Señor ha hecho el milagro de la Transfiguración en nuestra alma, esos momentos en los que hemos dicho: 'qué bien se está aquí' ¡qué bueno eres Señor!

Pero eso que hemos sentido, eso que hemos experimentado no es solo para ese momento, sino también para los momentos de oscuridad, en los que no siento las caricias de Dios. 

Démosle gracias al Señor por lo que tenemos, saquemos provecho a lo que hemos tenido para poder perseverar cuando no lo tenemos, y de este modo nuestra alegría será plena cuando vuelvan a llegar los momentos de luz porque no hemos traicionado a Cristo. 
¡Qué así sea! 

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