DOMINGO XX -Ciclo C-
Domingo 17 / Ago
Lc 12, 49-53
El fuego del amor
Las palabras del Evangelio de hoy pueden parecernos duras y hasta sorprendentes. Jesús dice: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!” Y luego añade: “No he venido a traer paz, sino división.” ¿Cómo puede ser, si lo llamamos “Príncipe de la Paz”?
El fuego del que habla Jesús no es el del odio ni el de la guerra. Es el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor de Dios que purifica, ilumina y transforma. El fuego que arde en los corazones de quienes se dejan tocar por el Evangelio.
Ese fuego es apasionado, no tibio. Nos invita a ser cristianos de verdad, no a medias. A veces quisiéramos una fe cómoda, tranquila, sin compromisos… pero Jesús nos advierte que su mensaje nos sacudirá, porque el amor auténtico exige entrega.
La división que provoca la verdad
Jesús sabe que seguirlo puede causar conflictos, por eso a división de la que habla es la que provoca la verdad. Lo vemos en Jeremías, la primera lectura: por ser fiel a la Palabra de Dios, lo echaron a un pozo de lodo. Su fidelidad incomodó a los poderosos.
También hoy, ser coherente con el Evangelio puede traer incomprensión, incluso dentro de nuestras familias o amistades. Quien decide ser honesto, solidario, justo, a veces choca con la cultura de la corrupción, de la indiferencia, del egoísmo.
La división que Jesús menciona no es un fin en sí misma: es consecuencia de elegir la verdad. El Evangelio no divide porque quiera destruir, sino porque nos obliga a decidir entre la luz y las tinieblas, entre el amor verdadero y el egoísmo.
La carta a los Hebreos nos anima a correr con perseverancia en la carrera de la fe, con los ojos fijos en Jesús. La fe no es una carrera corta, es una maratón. Habrá momentos de cansancio, de tentación, de desaliento. Pero no estamos solos: Cristo ya recorrió el camino y nos acompaña.
Hoy podríamos preguntarnos:
¿Cuál es el fuego que Jesús quiere encender en mi vida? ¿El fuego de la justicia, de la solidaridad, de la oración viva?
¿Qué cosas pesan en mi corazón y me impiden correr con libertad tras Cristo? Tal vez el miedo, el egoísmo, la rutina.
¿Estoy dispuesto a ser testigo del Evangelio aunque me cueste críticas o rechazo?
Jesús no vino a darnos una paz superficial, hecha de indiferencia o silencio, sino una paz verdadera, nacida de la justicia y del amor. Esa paz solo llega cuando nos dejamos purificar por el fuego de su Palabra.
Pidamos hoy al Señor que su Espíritu encienda en nosotros ese fuego, que arda en nuestras comunidades, en nuestras familias y en nuestra sociedad. Que, aun en medio de las dificultades, podamos correr con alegría la carrera de la fe, con los ojos puestos en Jesús. ¡Qué así sea!