DOMINGO XIX -Ciclo C-
Domingo 10 /Ago
Lc 12, 32-48
«Estén preparados»
Son muchos los temas de reflexión que el Señor nos propone en su Palabra este domingo. En el Evangelio del Domingo pasado, después de haber instruido a los discípulos sobre el correcto uso de las cosas, ahora les exhorta Jesús en este fragmento sobre el correcto uso del tiempo.
Estamos ante una serie de imágenes y de parábolas con las que estimula a la vigilancia en la espera de su retorno; y quiero brevemente exponer algunas de esas imágenes.
Vender, dar, preparar: tres verbos del Reino. Jesús nos invita a vender nuestros bienes y dar limosna. No como una exigencia moralista, sino como un modo de liberar el corazón. Lo material puede convertirse en un lastre que nos impide avanzar hacia Dios y hacia el prójimo.
Luego añade: “Hacéos bolsas que no se estropean, un tesoro inagotable en el cielo”. La verdadera riqueza no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que entregamos.
"Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas"
Aquí está el núcleo del mensaje de hoy: la vigilancia activa. Jesús usa la imagen del criado que espera el regreso del señor. No sabemos ni el día ni la hora, pero el que espera con amor, siempre está preparado.
La cintura ceñida es signo del que está dispuesto a ponerse en camino, del que está dispuesto a plantarse en su vida una meta, pero no una meta pasajera o transitoria, sino una meta definitiva y eterna. Nuestra meta es el cielo, nuestra meta es Dios. Si no apuntamos bien hacia la dirección de nuestra meta erramos el camino y no llegamos a la meta. Recordemos, la meta es el cielo, el camino es Cristo.
El segundo signo que usa Jesús para que nos preparemos para el encuentro final con Dios es la lámpara encendida. La lámpara encendida es la fe. Vive con la lámpara apagada quien vive sin la gracia de Dios, en estado de pecado y de total olvido de Dios. Pero no es la fe de puras ideas y nociones, es la fe con la caridad, es el amor a Dios y el amor al prójimo; esa es nuestra fe.
Esa lámpara nos lleva a estar vigilantes. Para estar vigilantes nunca a oscuras, que sepan los ladrones que en nuestras casas hay luz, que hay gente. Por eso pone el ejemplo el Señor del ladrón. Hay que estar preparado para recibir al ladrón y darle la sorpresa. Dice San Pablo a los Efesios: «Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Efesios 5,14). Y paradójicamente nos dice que Cristo vendrá como un ladrón, no porque vendrá a robarnos nada, sino para darnos mucho, pero para darnos si estamos preparados.
No olvidemos que Cristo está a la puerta y llama pero que nosotros estamos adentro y tenemos la posibilidad de abrir o no abrir. El Espíritu Santo nos ayudará a descubrir qué significa en este momento de nuestra vida, para cada uno de nosotros, abrir la puerta a Cristo; y, en concreto, qué puerta debemos abrirle: si la de la inteligencia o la del corazón, si la de nuestros sentimientos o la de nuestras finanzas.
El Señor no nos está diciendo esto para que tengamos miedo. Su camino no es el temor, mucho menos el terror. Aunque el santo Temor de Dios sea un elemento a tener en cuenta.
El Señor quiere hablarnos de la otra vida, del juicio, de la Misericordia que nos espera si hemos obrado con misericordia. Así como un padre prepara a sus hijos a asumir los problemas de la vida para cuando se vean obligados a enfrentarlos. Así también El Señor quiere también prepararnos, no quiere que tengamos miedo; quiere que estemos preparados.
Por eso Jesús dice que son dichosos, son bienaventurados aquellos que saben que estas cosas van a ocurrir y se han preparado inteligentemente para ello.
Y no olvidemos para esa preparación algo muy sencillo: vivir en una acción de gracias permanente. Cuando uno vive en la gratitud no tiene miedo. El miedo viene cuando uno es consciente de que no está haciendo aquello que debería hacer y sabe que le van a pedir cuentas.
Miedo tiene el ladrón, no el hombre honesto; miedo tiene el asesino, no el honrado; miedo tiene aquel cuya conciencia le reprocha que ha hecho el mal y no el bien. No tiene miedo el hijo pródigo que está deseando encontrarse con su padre; no tenía miedo San Pablo cuando decía que era una ganancia morir por Cristo, no tenía miedo Teresa de Ávila cuando decía: «muero, por qué no muero» Los santos no tenían miedo a morir, no tenían miedo al juicio, porque confiaban que la Misericordia de Dios era mas grande que sus pecados y lo que imperaba en éllos era el deseo de encontrarse con Cristo, era la ilusión de ver a Dios. ¿Tienes ilusión de ver el rostro de Dios?
También es importante despertar un miedo que nos puede hacer abrir los ojos, el miedo a no haber entrado en la voluntad de Dios, el miedo a no haber amado, el miedo a no haber sido fieles a la Palabra de Dios y a su mandamiento del amor. O incluso si por nuestra culpa hemos hecho llorar a personas a quienes teníamos la misión de hacerlas felices. Ese miedo ojalá podamos tenerlo presente siempre, porque ese miedo nos va a disponer a la preparación necesaria, a la conversión, al arrepentimiento, a la conversión.
¡Pero atención! No podemos quedarnos en el miedo. Pide perdón para que pases de la tristeza y el miedo al banquete de las alegrías eternas, en donde el mismo Dios te servirá. ¡Que nadie de nosotros sea encontrado con la lámpara apagada y quede excluido para siempre del banquete de la vida! ¡Qué así sea!