DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-
Lc 10, 25-37
«¿Quién es mi prójimo?»
La primera enseñanza de este evangelio es la de no jugar con Dios, ese doctor de la ley quería jugar con Jesús en este evangelio que acabamos de escuchar.
Dios nos ha amado tanto que nos ha hecho libres. Podemos decirle no a Dios; nos creo con libertad y con voluntad, para que no lo busquemos, no por obligación, sino por amor, no por interés, sino por correspondencia.
Por eso ante Dios no podemos pretender justificarnos, porque a Dios no lo podemos engañar, si decides no seguirle y darle la espalda haces mal, porque es malo para ti y haces daño a Dios que es tu Padre. Se honesto con Él, no juegues con Él.
A Dios no le duele tu miseria y tu pobreza, a Dios le duele tu tibieza. ¿En qué consiste la tibieza? En no alimentarte debidamente, si eres débil en no hacer oración, si has caído en no confesarte, si no valoras tu estado de gracia, si estás necesitado en no acudir a Él, a pedirle ayuda.
Si caes porque eres débil el Señor se apiada de ti. Tiene misericordia y compasión, es rico en Misericordia, pero dice la escritura en el Apocalipsis: como no eres frío ni caliente te expulso de mi boca. Así de radical y de tajante es el Señor, porque no quiere que juegues con Él. Dios es el El Señor y por lo tanto ese Señor requiere que tú le respetes y que si decides seguirle lo hagas por amor, respetándole, amándole y poniendo tu vida en Sus Manos.
No seas como el experto de la ley, el maestro de la ley, que quería justificarse ante el Señor, eso de preguntar: «¿Y quién es mi prójimo?"» es una justificación diabólica, es una tibieza acomodaticia, es una burla a Dios ¿Cómo no vas a saber quién es tu prójimo? no intentes engañar a Cristo.
Cristo sabe lo que necesitas, tiene compasión de ti, se honesto. Si has caído, muestrales tus heridas para que las sane, pídele ayuda y perdón y obtendrás la Misericordia de un Dios que solo quiere nuestra felicidad y nuestra salvación. Pero no juegues con Él, porque no se lo merece, porque todo el amor que Dios ha puesto creándote, dándote los dones que tienes y enviando su Hijo al mundo para salvarte no se merece que juguemos con Él. Y tenemos que entenderlo, Dios sufre y sufre sobretodo cuando, como Padre, no nos tomamos en serio su amor , sino que por el contrario le deshonramos.
En segundo lugar, el discípulo de Jesucristo no es solo el que no hace el mal; NO hace el mal a su prójimo pero SI hace todo el mayor bien posible como lo hizo este samaritano: «Se compadeció de él». Este es el secreto. El verdadero cristiano tiene entrañas de misericordia. No sólo ayuda: se compadece, se duele del mal del otro, sufre con él, comparte su suerte... Y porque tiene entrañas de misericordia llega hasta el final; no se conforma con los «primeros auxilios».
Y porque tiene entrañas de misericordia lo toma a su cargo, como cosa propia; y eso que era un desconocido, un extranjero –incluso de un país enemigo, pues «los judíos no se trataban con los samaritanos»–. «Señor, danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana».
El buen samaritano es Cristo. Es él quien «siente compasión, pues andaban como ovejas sin pastor» (Mt 9,36). Es él quien no sólo nos ha encontrado «medio muertos», sino completamente «muertos por nuestros pecados» (Ef 2,1). Es él quien se nos ha acercado y nos ha vendado las heridas derramando sobre nosotros el vino de su sangre. Es él quien nos ha liberado de las manos de los bandidos... ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» «Anda, haz tú lo mismo». Lavó los pies a sus discípulos para que también sus discípulos hicieran lo mismo que Él (Juan 13,15).
«Dio un rodeo y pasó de largo». Esa no puede ser tu actitud ante tu prójimo que sufre. Hay tantas formas de pasar de largo... Y lo peor es cuando además las enmascaramos con justificaciones «razonables»: «No tengo tiempo», «los pobres engañan», «ya he hecho todo lo que podía...» O peor aún: «hoy día ya no hay pobres».
Es exactamente dar un rodeo –aunque sea muy elegante– y pasar de largo. Lo que hicieron el sacerdote y el levita. Y, sin embargo, el pobre es Cristo, que nos espera ahí, que nos sale al encuentro bajo el ropaje del mendigo: «tuve hambre... Estuve enfermo... Estuve en la cárcel».
En el cristianismo todo lo que no se centra en la caridad, puede ser equívoco. Ciertamente es infructuoso para nuestra salvación (1 Cor 13,10). La apologética esencial al cristianismo será siempre la de la caridad
Quiero concluir esta homilía con una exegesis que pertenece a Orígenes: el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó es Adán, la humanidad entera; Jerusalén es el paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones son los demonios y las pasiones, que hacen caer al hombre en pecado provocándole la muerte; el sacerdote y el levita son la Ley y los profetas, que han visto la situación del hombre, pero no han podido hacer nada para cambiarla; el buen samaritano es Cristo, que ha derramado sobre las heridas humanas el vino de su sangre y el óleo o aceite del Espíritu Santo; la posada a la que lleva al hombre recogido en el camino es la Iglesia; el posadero es el pastor de la Iglesia, a la que confía el cuidado; el hecho de que el samaritano prometa volver, indica el anuncio de la segunda venida del Salvador (Orígenes, Homilías sobre Lucas, 34).
Hermanos, lo más importante no es saber quién es mi prójimo, sino ver de quién me puedo hacer yo prójimo, ahora, aquí; para quién puedo ser yo el buen samaritano.