EL ESPÍRITU SANTO
CATEQUESIS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO
Tenemos en la Iglesia un sacramento que tiene como protagonista al Espíritu Santo, el sacramento de la Confirmación. Es verdad que todos los sacramentos son acciones de Cristo por medio del Espíritu Santo, es el Espíritu el que hace posible que todos los sacramentos que recibimos dejen de ser puro signos.
Por eso el sacramento de la confirmación es tan necesario, para no sólo completar los sacramentos de iniciación cristiana, sino también para hacernos conscientes del Espíritu Santo, darnos cuenta de la gran necesidad que tenemos del Dios de Dios, del Dios Verdadero dador de Vida, el Espíritu Santo.
En la secuencia que se canta el día de Pentecostés antes del Evangelio, se habla del gran vacío existente en el corazón del hombre: «mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento».
Padecemos una crisis cultural terrible que deja patente la gran necesidad que tenemos del Espíritu en nuestro interior.
Esas palabras de la secuencia las vivimos en este mundo que nos ha tocado vivir. Nunca antes habíamos vivido con tantos bienes como en el que hoy vivimos; es verdad que con muchas diferencias respecto a las sociedades del primer mundo, pero vivimos mejor y con más comodidad a como vivían nuestras abuelas y bisabuelas en cuanto a tecnología, comunicación, servicios, transporte, salud, etcétera.
Pero es paradójico que también nunca antes habíamos padecido una crisis existencial sombría con depresiones y tentaciones de suicidio (casi el 40% de los adolescentes a nivel mundial han tenido ideas suicidas) datos tremendos, según encuestas de reconocidas fundaciones.
Y nos preguntamos; ¿por qué esto? ¿qué está pasando? ¿cómo explicamos esto? ¿cómo es posible esta contradicción?
Nunca habíamos tenido una sociedad de tanto bienestar como la que tenemos, y nunca habíamos tenido datos tan graves y tan fuerte de crisis de sentido, de crísis existencial.
Y es que el corazón de hombre no está hecho para el bienestar, está hecho para el amor, está hecho para la gloria de Dios. Ese es su principio y fundamento. No se conforma con vivir cómodamente, está hecho para dar su vida.
Es como si a un pájaro lo metemos en una jaula y le ponemos aspilte y agua, y le decimos que no se queje porque allí tiene lo mínimo necesario cubierto. Pero es que un pájaro no está hecho para una jaula; así el ser humano no está hecho sencillamente para tener sus necesidades inmediatas cubiertas y ya está.
Estamos hechos para amar. En el centro del corazón del hombre hay un agujero, un hueco tan grande que solo Dios lo puede llenar, solo el Espíritu Santo lo puede colmar.
Por eso nunca como ahora hemos tenido unas circunstancias que nos llevan a la conciencia de la gran necesidad que tenemos del don del Espíritu Santo.
«Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro», y más aún «mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento». Porque esa es otra paradoja nuestra. Nunca antes habíamos invocado tanto la libertad, la libertad; queremos ser libres para decidir lo que quiero ser, mi deseo es ley. Y nunca hemos sido tan esclavos, nunca habíamos caído en tantas adicciones.
Estamos apresados con cadenas que nos quieren presentar como adornos pero que no son más que grilletes que nos inmovilizan, que nos tienen atado a ese 'pan y circo', que yo prefiero llamar: 'ron y circo', porque desde hace tiempo nos dejaron de dar pan, para darnos ron, porque así hay más control.
Sin el Espíritu Santo la libertad es una utopía, no existe.
El don del Espíritu Santo nos quiere dar la gran consolación y vayamos otra vez a la secuencia para descubrir cuál es, dice así: «Luz que penetra las almas, fuente de todo consuelo». ¿En qué consiste el consuelo de Dios? El consuelo de Dios es la paz, la alegria, el vivir en la voluntad de Dios. Cuando uno vive en la voluntad de Dios tiene una paz inmensa; habrán problemas y dificultades pero uno sabe que está donde Dios quiere que esté y haciendo lo que Dios quiere que haga, disfrutando de los dones de Dios de forma que no le agobian las dificultades de esta vida porque está en la voluntad de Dios y cuando entramos en su Voluntad las dificultades son relativas.
La gran consolación que nos da el Espíritu Santo no es otra cosa que vivir en la Presencia de Dios, que Dios vive en nosotros; por eso dice la secuencia: «Ven Dulce Huésped del alma». El Espíritu Santo es huésped, y nosotros somos su morada. Podemos ser inhabitados por el Espíritu Santo, podemos ser morada de Dios, podemos ser templo del Espíritu Santo.
Por eso la clave de la felicidad está en vivir en gracia de Dios, de manera que el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo inhabiten en nosotros. Vivir en gracia de Dios, lo único que puede alejar la Presencia de Dios en nuestra vida es el pecado.
Dispongámonos a motivarnos para disfrutar de esa presencia de Dios en nosotros. ¿Si Dios inhabita en nosotros cómo no ser felices? El cielo ya ha empezado aquí para quién sabe que Dios vive en él cuando está en gracia, no está esperando que llegue el cielo para ser feliz, ya ha comenzado aquí esa experiencia de vida eterna y recibe la consolación de la Fuente del mayor consuelo.
Por eso el inhabitado, el que permite que Dios haga su morada en él, en medio de las dificultades y tristezas de la vida, pueden decir con seguridad: «Ven Dulce Huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos».
Por eso con María, Madre de la Iglesia pedimos: ¡Ven Espíritu Santo y Santificador! Amén Aleluya.