MIÉRCOLES DE CENIZA -2025-
Miércoles 05 / Mar
Mt 6, 1-6.16-18
Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
MIÉRCOLES DE CENIZA
Estamos empezando la Cuaresma. Recordemos que es día de ayuno y abstinencia, como un modo muy diminuto de unirnos al sufrimiento
de Cristo en la cruz; porque de eso se trata la cuaresma, de acompañar a Cristo en la cruz.
Hay dos textos de dos apóstoles muy interesantes que hablan de lo que sucedió antes y después de la muerte de Cristo. Así en el Evangelio de San Juan aparece Jesús fuera de Jerusalén, había huido porque lo buscaban para matarlo, y allí recibe la noticia de la enfermedad de Lázaro pero el decide esperar que Lázaro muera porque él quería hacer el milagro de la resurrección de su amigo.
Y cuando Jesús se pone en camino a Betania que está al lado de Jerusalén, sus discípulos le hacen ver qué es un error porque lo buscaban para matarlo, pero Jesús insiste en ir y va. Ante esa decisión del Señor, el apóstol Tomás dice: «vayamos a Jerusalén a morir con él» (Jn 11, 16) Fíjense que dice a morir con él, no dice a resucitar con él; Tomás amaba a Jesús, lo que propone es un acto de amor, pero sin fe, porque Jesús siempre dijo que iba a morir pero que también iba a resucitar.
El otro Apóstol es San Pablo que le dice a los cristianos de Roma y a su discípulo Timoteo: «si morimos con él, viviremos con él» (2Tim 2,11-12; Rm 6, 8). Es una expresión de fe y nosotros queremos comenzar la Cuaresma diciendo como Tomás vamos a Jerusalén a morir con él, pero también diciendo como Pablo, morimos con él y resucitaremos con él, triunfaremos con él, reinaremos con él.
Y esa tiene que ser la perspectiva de la cuaresma, empezamos 40 días de preparación pero no hacia el viernes santo, sino hacia la Pascua, hacia la Vida, hacia la Resurrección, hacia la Esperanza. Pero claro, la Resurrección tiene un paso previo que es la cruz, que es la muerte. Si no pasamos por la puerta estrecha de la muerte no conoceremos el gozo de la resurrección, por eso vamos a Jerusalén a morir con él y a vivir con él.
El camino de la cruz es el camino de la resurrección, el camino de la gloria. Por eso para los cristianos el sufrimiento sirve para algo, tiene un sentido. Si aceptamos la voluntad de Dios aunque no la entendamos, si somos capaces de llevar las cruces de cada día la de la enfermedad, la del dinero, la de la convivencia entonces resucitaremos con él. No se trata de huir o de pasar los problemas, se trata de unirnos a Cristo en los problemas, entonces resucitaremos con él. Si con él morimos, por él vivimos.
Si yo cuando tengo un problema en vez de huir me uno a Cristo, entonces ya tengo en ese mismo momento paz y a veces hasta el problema se va por esa paz que me regala el Señor, pero sino se va, si el dolor continúa, no estoy solo llevando el problema. Estoy con él que me dijo: vengan lo que están cansados y agobiados, que los aliviaré, que yo les daré descanso.
Pero cuando tomamos este camino, está decisión de llevar nuestra cruz, nos encontramos tres problemas:
El primero es el mundo, porque el mundo no sabe el secreto de la felicidad, el mundo nos dice: 'huye', su solución es el escape porque no entiende el sufrimiento. Pero de lo que no puedes huir es de ti mismo, podrás cambiar de pareja, de trabajo, de país, de todo, pero a veces te vas a encontrar algo peor de lo has dejado atrás. Cristo nos dice: estoy crucificado porque quiero y porque voy a resucitar para dar vida nueva.
El segundo problema está dentro de nosotros. Nos cuesta creer que cualquier problema es una presencia espiritual de Cristo, cuando sufro me uno a Cristo. El sufrimiento tiene un valor redentor tiene un sentido: la resurrección. Si eso no lo creemos estamos lejos de entender el valor redentor de la cruz de Nuestro Señor.
El tercer problema es nuestra insistente negatividad que nos lleva al desgradecimiento. Es verdad que tienes problemas, pero hay cosas que van bien, o que han ido bien. No podemos permitir que los ojos nos queden cegados solo por los problemas. Un pensador indio, Tagore, nos decía, si lloras porque se ha ido el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas.
Vayamos a Jerusalén a morir con Cristo, a vivir con él y demos gracias a Dios por todas las cosas buenas que todavía existen o han existido en nuestras vidas. ¡Qué así sea!