IV DOMINGO DE CUARESMA -Ciclo C-
Lc 15, 1-3, 11-32
«Este hijo ha vuelto a la vida»
El evangelio de esta cuarta semana de la Cuaresma es la historia más bella, más profunda y más luminosa contada de todas las parábolas de Jesús. Tanto que los teólogos la han llamado el corazón de los evangelios.
Es una parábola contada en el capítulo 15 de Lucas junto a otras dos que están en el mismo capítulo y proclamadas en el mismo contexto de llamada a la conversión, al arrepentimiento, pero sobre todo a la iniciativa de Dios que está dispuesto a salvarnos: buscándonos, esperándonos, encontrándonos. Las otras dos son las parábolas de la oveja perdida y la dracma encontrada.
Tal vez la parábola proclamada este domingo no necesite mucho de nuestras explicaciones. Toda ella habla por sí sola, quien la lee o escucha sabe que esa historia tiene que ver con ellos mismos. Es parte de las historias familiares de todos los tiempos, de sus desencuentros y desperanzas, de sus alegrías y tristezas.
Es una de las pocas parábolas con unos personajes tan reales que sólo les faltarían los nombres a cada una de los personajes. Tal vez su autor los conocía, pero su intención fue hacer de esta parábola un espejo en el que todos nos podamos ver como esos hermanos, como ese padre, o incluso, como algún personaje que haría falta a la historia.
El protagonista es el padre, aunque la historia lleve el nombre del hijo descarriado. Es el padre el que le da fuerza y dínamismo a todo el relato. Es su compasión, su misericordia, su paciencia y su esperanza la que va dando pautas a la historia para que su final no caiga en el sinsentido y en un sinsabor existencial. Y en definitiva, el honor es del padre, no del hijo.
¿Cuántos padres o madres conocemos como el señor de la parábalola? Seguro los ejemplos sobran, pero de seguro también nos faltan muchos. Padres/Madres que sean capaces de amar sin condiciones como este; que no pongan límites a la libertad de sus hijos, que los dejen equivocarse y caer, que no tengan miedo a que puedan fracasar y que sean capaces de ponerse en posición de espera, con la perspectiva de volver a dar una nueva oportunidad a sus hijos que han tomado un camino por ellos no le han enseñado ni señalado.
Este padre es imagen de nuestro Padre Celestial. Así es Dios, así es su corazón. Generoso, compasivo, misericordioso, tierno, afable, con un amor infinito, sin límites, sin condiciones. Creo que la mejor respuesta que podamos dar a los que nos preguntan quién es Dios es relatarle esta parábola, es mandarles a leer Lucas 15.
El segundo personaje principal es el hijo menor. Ojo, no por ser menor resultó así, pero no deja de ser un riesgo ser hijo menor. Es un muchacho que quiere comerse el mundo, que se siente en casa de su padre agobiado, prisionero, esclavo. Se siente esclavo y no hijo. Quiere volar, quiere conocer mundo, quiere ser libre como el viento. Y lo consigue, pero de mala manera. Ese muchacho no ama a nadie, ni así mismo. En el nos vemos retratados muy a menudo, y sobre todo se ven en él los que se marchan de la Iglesia.
Comienza por pedirle a su padre la parte de herencia que le corresponde, tal y como si el padre estuviera muerto. Su padre no se opone a su petición. Lo hubiese podido hacer. Pero el padre no quiere un hijo obligado, quiere un hijo libre y capaz de amar. Es por eso que le da su parte y lo deja ir. Yo imagino que lo hizo con la mayor tristeza del mundo, el que es padre/madre sabe lo que es eso.
Ese muchacho estropeó su vida porque pretendía tener como principio ético a sí mismo, su ego no lo dejaba ver nada mes. Pero este inmenso egoísta no decide volver a la casa de su padre por su padre, quiere volver por la comodidad de la casa del padre. A él no le importa su padre, a él le importa es la comida de la casa de su padre. Sigue siendo un inmenso egoísta. Incluso prepara una fórmula para manifestarle a su padre el arrepentimiento, porque de seguro estaba convencido de que su padre no lo iba a tratar igual que cuando vivía en su casa. Pero se vuelve a equivocar, aunque se siga moviendo por el egoísmo su padre lo perdona. Así hace Dios con nosotros. Nos hace fiesta cuando regresamos porque nos ama, aunque no lo amemos a Él, aunque solo nos movamos por miedo al infierno, por puro egoísmo, Dios nos perdona.
El tercer personaje secundario es el hijo mayor. Yo lo llamaría el hijo soberbio. En el fondo solo se ama a sí mismo, es otro egoísta a su modo. Si amara a su padre este hijo mayor se hubiera alegrado con su padre. Además hay envidia y codicia. A el lo hubiese gustado también hacer lo que hizo su hermano pequeño pero no lo hace porque quiere quedarse con todo, no con una parte.
Si tú tienes envidia al que peca, al sinvergüenza, al corrupto, al adultero, al alcohólico, etcétera; si estás envidiándolos es que en el fondo no estás convencido de lo que estás haciendo. En el fondo este hermano es también alguien que necesita ser perdonado pero no se da cuenta. El padre si lo sabe, el padre sabe que tipo de amor darle a cada uno.
¿Faltaría otro personaje en esta parábola? Veamos. Unos dicen que falta una madre, que con una madre el hijo menor no se hubiese ido. Aquí aparece el papel de nuestra madre del cielo, la Virgen. Ella trabaja para que no nos vayamos de la casa del padre y para que nuestro corazón sea sencillo y humilde si decidimos quedarnos. ¿No fue ese el papel de la Virgen con el apóstol menor cuando se lo arrastró hasta el calvario?
También dicen que faltó una hermana o un hermano. Una hermana que se alegrara también con el padre cuando regresa el hijo, que les dijera a los dos hermanos las cosas como son: "ustedes dos son unas sinvergüenzas y están haciendo sufrir a mi padre". Cada uno se hubiese llevado la parte que les correspondía. Hacen falta hermanos que nos canten la cartilla tal como es. Que nos digan que somos unos egoístas que necesitamos agradar y agradecer a Dios. Que estar con Dios es lo mejor, y que en ese amor está nuestra seguridad, nuestra felicidad, nuestra vida. ¡Qué así sea!