II DOMINGO DE CUARESMA -C-
Lc 9, 28b-36
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.
Jesús eligió a tres de sus apóstoles para llevarlos al monte Tabor en una vigilia de oración Se apartan para encontrarse con El Padre, como han hecho muchos hermanos y hermanas nuestros que nos han invitado a orar, a encontrarnos con el Padre.
Pedro y los otros dos tienen sueño, el cansancio los vence, pero se mantiene alerta porque saben que Jesús está allí, y cuando menos se lo espera Jesús los sorprende. También a nosotros quiere sorprendernos con su luminosidad, su claridad, su belleza.
Ellos pueden ver quién es realmente Jesús y se dejan sorprender. De seguro que también a nosotros nos ha pasado, no del mismo modo por supuesto, también alguna vez en nuestras vidas hemos visto con lucidez a Jesús.
Pedro se siente muy bien allí, y quiere seguir allí ¿y quién no? Allí se sentía a gusto, oraba a gusto, escuchaba al Padre a gusto. Pero Jesús no se queda allí y sigue su camino y también nosotros tenemos que ir con Él, aunque las rutas sean inciertas y complejas, aunque a veces la oración sea árida y la Palabra no nos diga nada.
También a nosotros nos lleva en la Cuaresma al monte de nuestra Redención, al monte Calvario, el de la crucifixión que nos introduce a la Resurrección, no para quedarnos con el cadáver de Jesús, sino para encontrarnos con su cuerpo Glorioso y Resucitado.
En el monte Tabor escuchan por tercera vez la voz de Dios Padre; antes la habían oído en el Bautismo, y en Jn 12, 28-36.
También nosotros anhelamos una transfiguración, pero tenemos que subir al monte Calvario, tenemos que subir a la cruz y escuchar la voz del Padre.
Quedaron envueltos en una nube (la nube es signo del Espíritu Santo) necesitamos al Espíritu Santo para celebrar la Semana Santa, para que nuestra Cuaresma tenga frutos de conversión. Es necesario que nos dejemos envolver del Espíritu Santo y no tanto del folclore, de las costumbres, del turismo que invaden este tiempo santo.
Moisés y Elías resumen la escritura. No hay Cuaresma sin Palabra de Dios, sin escritura. Solo la Palabra de Dios puede escrutarnos, dejarnos desnudos, sin máscaras. La Palabra de Dios es una espada de doble filo, es viva, es eficaz (Hb 4, 12)
Nos encantan los momentos luminosos de nuestra vida, y eso es normal porque fuimos hechos para la belleza. Pero no nos podemos quedarnos allí por ahora, ya algún día estaremos en la luz eternamente, pero ahora nos toca el combate en esta Cuaresma con la oración, el ayuno y la limosna.
Podríamos pensar que este acontecimiento no sirvió de nada para que los apóstoles confirmaran su fe, y ciertamente que en el momento de la cruz no les sirvió . Pero les sirvió después de la Resurrección, tuvieron siempre ese acontecimiento de gloria en su memoria. Tanto que Pedro lo recuerda en una de sus cartas (2Pe 1,19) Cuando Jesús resucitó, ese acontecimiento glorioso de la Transfiguración fue para ellos un empujón a la fe, porque allí entendieron verdaderamente lo que Jesús quiso regalarles.
Seamos como espejos para manifestar la gloria del señor (2cor 3,13). Seamos resplandor de Dios. «Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Cor 3,18)
El Señor quiere transfigurarnos y quiere que veamos su rostro de Señor Resucitado. Como el Padre Arrupe digamos esta semana en nuestra oración: «Tu imagen sobre mi bastará para cambiarme», «Tu imagen sobre mi bastará para cambiarme» ¡Qué así sea!