I DOMINGO DE CUARESMA -Ciclo C-
Lc Lc 4, 1-13
«El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado»
Importante saber que Jesús se dejó tentar para demostrarnos que era verdaderamente hombre, y para enseñarnos cómo vencer. En todo se hizo igual a nosotros, menos en el pecado, pero si tuvo tentaciones porque las tentaciones son inevitables q nuestra condición humana. No somos responsables de ellas, pero sí, si caemos en ellas.
Jesús va al desierto no de camping, a pasarla bien. Jesús va a orar, podríamos decir que va de retiro espiritual antes de iniciar su vida pública. Era común en Él apartarse de la gente para estar a solas con su Padre Celestial. Muchas las veces lo hacía en las terceras vigilias de la noche.
Tampoco va a tener un cita con el demonio, nadie en su sano juicio sale de su casa para encontrarse con el diablo (Ave María Purísima) ¿Por qué entonces se lo encontró? Porque el demonio siempre anda como león rugiente buscando a quien devorar (1Pe 5, 8)
Y siempre aparece cuando entramos en situaciones límites. Es allí cuando nos tienta. Fíjense en el evangelio: cuando sintió hambre el diablo se apareció.
Así suele hacer con nosotros, cuando estamos estresados, cuando estamos enfermos, cuando estamos solos, cuando caemos en tristeza, etcétera. Lo que no sabía el demonio es que ese hombre Dios que estaba en el desierto y que sintió hambre después de un ayuno de cuarenta días estaba siendo movido por el Espíritu Santo y por eso lo venció.
¿Cómo nos encuentra el demonio cuando llega con sus tentaciones? Si estamos con hambre de pan pero saciados de la Palabra de Dios, ten la seguridad de que no podrá hacerte caer en sus engaños. Jesús venció con la misma Palabra con la que el diablo le engañaba.
También es importante convencernos de que si evitamos la tentación y las circunstancias que las rodean no vamos a toparnos tan fácil con el engañador, quién evita la tentación evita el pecado, esa ecuación espiritual es impecable.
Vayamos a las tentaciones de Jesús en el desierto, recordemos que no fueron esas las únicas, hasta en la misma cruz el tentador querrá hacerlo caer; el demonio se aparta pero vuelve y vuelve porque que ve que en ciertas circunstancias podríamos sucumbir.
La primera tentación, la de convertir las piedras en pan nos indica que hemos olvidado que tenemos alma. El demonio está empeñado en hacerte creer que solo eres cuerpo. Recordemos su catequesis de los viernes.
La segunda tentación es la de la pereza de no querer hacer nada y que todo lo haga Dios. Si nos pudiera mandar la comida del cielo sería mucho mejor. No te preguntes por qué Dios no puede resolver los problemas, pregúntate qué puedes hacer tu. Mucha indiferencia en la que vivimos y terminamos echándole la culpa a Dios y al gobierno, ¿y tú?
La tercera tentación es la del soborno del demonio. El demonio quiere hacerte pagar un precio renunciando a tu conciencia y traicionando tus principios. Y a veces un precio muy barato por demás. Es mucho mejor comerse un pedazo de pan honradamente que estar bien rodeado de comodidades a costa de haber vendido tu alma al demonio a veces por un vulgar plato de lentejas.
Las lecturas de la Palabra de hoy nos indican dónde está nuestra fuerza y cuál debería ser nuestra actitud en esta Cuaresma: nuestra fuerza está en sabernos criaturas nuevas por el bautismo, nuestros nombres ya fueron inscritos en el cielo. Y nuestra actitud en en esta Cuaresma es la de rezar mucho más (y rezar con ayunos y abstinencia), para suplicar mucho más a Dios que nos regale fortaleza y perseverancia en nuestro combate espiritual hasta llegar a la Pascua.
Pídele a Jesús hoy que en los momentos de desiertos de tu vida puedas sentir su presencia. Ve al desierto con Él, pero siempre con Él, nunca sólo, porque con Él podemos vencer. ¡Qué así sea!