VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-


Domingo 2 / Mar
Lc 6, 39-45
«De lo que rebosa el corazón habla la boca»

Hoy terminamos con este evangelio el sermón de las bienaventuranzas. Ojalá en casa podamos leer completo este capítulo 6 de Lucas para que nos quede un visión global del evangelio. 

Antes de ir al evangelio un pequeño comentario de la primera lectura del libro del Sirácide o de los Proverbios que al final dice que el fruto muestra cómo ha sido el cultivo de un árbol, así como la palabra muestra la mentalidad del hombre. Todo eso lo retoma Nuestro Señor en el evangelio de hoy.

La segunda lectura es del capítulo 15 de la carta de San Pablo a los Corintios que llevamos unos cinco domingos leyéndola. Hoy leemos los últimos quince versículos de ese capítulo y nos invita el Apóstol creer que la muerte, que es consecuencia del pecado, fue absorbida por la Victoria de Cristo, por tanto, solo en Él podemos triunfar y tener la certeza de esa victoria. 

La insistencia de este evangelio es la vida eterna. La vida eterna existe, el cielo existe; vivimos a veces como un ateísmo práctico que nos lleva a creer que todo se reduce al cuerpo y a este mundo. Y resulta que si suprimimos de este evangelio la verdad de la vida eterna entonces lo reducimos a puro moralismo exigente y hasta odioso. 

Recordemos que llevamos más de dos milenios arrastrando un pensamiento filosófico que nos ha marcado como personas y como sociedad, por lo menos de este lado del mundo. Gracias a Aristóteles y la adaptación que de él hizo Santo Tomás de Aquino, hemos vivido hasta hace un poco más de un siglo con el paradigma ético que inspira el vivir desde el deber y la obligación. Sino hacemos lo que debemos no podemos ser verdaderamente humanos. 

Pero la filosofía moderna conoció un nuevo paradigma del filósofo Hegel, que nos enseñó no hacer lo que debo, sino lo que quiero. Para Hegel, la voluntad no podía tener ningún límite, por eso con él se abrió la puerta a la praxis de hacer lo que nos de la gana. Si tú quieres cumplir con tu deber puedes hacerlo, pero si no lo cumples no pasa nada. Ese es el nuevo paradigma de la filosofía moderna. 

Y esto tiene sus consecuencias. Porque tú puedes hacer lo que quieras, pero si lo que quieres hacer es malo, entonces eso tiene un precio, un precio legal o el precio de la conciencia. Vivimos entonces en el tiempo en el que ahora se cambia las leyes de un extremo a otro, como el aborto que pasó de un delito a un derecho en menos de un lustro. Y por eso también se está intentando manipular, domesticar, silenciar la voz de la conciencia para que el que quiera hacer con su cuerpo lo que le de la gana no tenga ninguna ley ninguna conciencia.

Si quitamos la vida eterna de nuestro horizonte (primera consecuencia de la infestación del marxismo en la Iglesia) entonces suprimimos también el juicio y si no hay juicio y si me muevo en una ley permisiva, ya no hay conciencia, o está domésticada, y entonces hay si puedo hacer lo que me de la gana. 

Pero actuando de este modo nos encontramos con algo que no podemos cambiar, con algo que chocamos y nos lleva al sufrimiento. Ese algo es la realidad; y la realidad es lo que es, no es mi idea; mi idea tiene que adecuarse a la realidad y no al revés.
Fumar es malo, tomar en alcohol en exceso es malo. Tu conciencia te dirá otra cosa, pero la realidad es la realidad, el pulmón es el pulmón y el hígado es el hígado que puedes enfermar. 

¡Qué providencial este evangelio a las puertas de la cuaresma!, porque hoy Jesús te está enseñando que a tí lo que te debe importar es que tú no tengas pecado; todo eso pensando en el juicio y en la vida eterna. No que el otro tenga o no tenga pecado, deja de fijarte en cómo es el otro y empieza a fijarte en cómo eres tú. 

Es muy curioso, por ejemplo, que los votantes de los partidos culpen a los gobernantes de sus partidos pero no se culpan así mismo por haberlos votado. Y eso pasa en todos los aspectos de la vida. Estás siempre señalando lo mal que va todo y en todos, ¿y tú qué? A ti lo que te interesa es cómo te vas a presentar ante el juicio de Dios. Lo que te importa es ser santo tú.

Lo que no podemos es vivir como nos decía Hegel y su idealismo, el decía que la realidad la hago yo con mi idea, y no es así. La realidad existe en sí misma, no la haces tu. La realidad termina dándote una bofetada de la noche a la mañana si pretendes ignorarla. ¿Tu crees que haciendo lo que quieras, lo que te da la gana, incluso haciendo lo malo porque tienes ideas de que eso no te va perjudicar no va a traer esa elección sus consecuencias?

Ponte en el lugar del otro. Intenta conocer sus circunstancias, su historia, antes de juzgarle. A la vez, analiza si te estás excusando demasiado de forma que estés obrando mal con la conciencia tranquila, en lugar de esforzarte por hacer el bien.

¿Qué tengo que pedirle entonces al Señor para quitarme la viga de mi ojo y que el Señor hoy me denuncia? Tres cosas que te da la Iglesia, lo primero es la LUZ. Luz para ver qué hacer el mal tiene consecuencias. Pídele al Señor la luz para ver lo que es bueno o malo. Cuando te enseñan a discernir lo que es el bien del mal, entonces te están haciendo bien. 

Lo segundo que necesitamos pedir es la GRACIA. Somos débiles, nuestras rodillas vacilan, por eso necesitamos la gracia que pido en la oración, que me da la Eucaristía. 

Y lo tercero que necesito es la MISERICORDIA, porque a veces tengo la luz y tengo la gracia y aún así caemos; por eso necesito la gracia de Dios que me da la confesión, para experimentar que Jesús me levanta. 

Señor regálame la luz de tu verdad, dame fuerza con tu gracia y asísteme con tu Divina Misericordia ¡Qué así sea!


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