V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

Domingo 09 / Feb
Lc 5, 1-11
«Dejándolo todo, lo siguieron»

Es un evangelio, el de hoy, que está dirigido de modo especial a los jóvenes que se plantean, a los pocos que se plantean, la vocación y dar una oportunidad a Dios consagrandose a Él. Y el fondo es este: con Cristo puedes conseguirlo. 

En la primera lectura, del profeta Isaías nos muestra la solicitud de Dios y la disponibilidad del hombre, por eso el profeta dice: ¡Aquí estoy! Y lo relata con esa visión del templo que inspira el cántico del Santo, Santo, Santo. En esa lectura se nos recuerda que es Dios quien nos hace capaces, el toque con el carbón del incienso en la boca del profeta es el signo de esa acción de Dios sobre nosotros que nos capacita, y nos capacita en primer lugar para dar una respuesta: ¡Aquí estoy Señor!

Hoy en día, hay mucho miedo a dar ese paso vocacional; pero ojo, que para el matrimonio también hay cada vez más miedo. Pero quiero que nos detengamos en la vocación sacerdotal, porque el sacerdocio ha sido muy denigrado y desprestigiado, mucho más que el matrimonio. El mensaje de hoy es que con Dios puedes, solo no puedes pero con la fuerza de Dios si puedes. 

Pero a todos y a cada uno de nosotros también el evangelio de hoy tiene una lección. La lección de cómo convertir el fracaso en éxito. El fracaso era que no habían pescado, pero Jesús que no sabía nada de la pesca, que no tenía idea de pescar, le dice a un pescador profesional que lo intente de nuevo. Pedro fue muy respetuoso con él, y le dice que han pasado la noche bregando sin pescar nada y además seguro que le dijo que acababan de lavar las redes que es algo pesado.

Pero San Pedro añade: fiándome de ti, echaré las redes. Y sucedió el milagro. Un milagro que sirvió para la conversión de Pedro que le dice a Jesús que es un pecador, que no es digno. Y Jesús le contesta que precisamente por considerarse indigno entonces es digno. Aquel que se cree digno es el que no vale. Y le dice: "desde ahora te haré pescador de hombres". 

Todos nosostros estamos padeciendo, como colectivo, una crisis sin precedentes en la historia de la Iglesia. Todos nosotros tenemos familiares próximos como cónyuges o  hijos, que no van a Misa; muchos de ustedes tendrán hijos o nietos que no se han casado por la Iglesia, lo cual no significan que sean malos; muchos tendrán nietos adolescentes que no han sido bautizados; muchos tendrán hijos casados divorciados vueltos a casar por lo civil; muchos tendrán hijos o hermanos que viven en concubinato, o abiertamente viven con pareja del mismo sexo. Y así los ejemplos serían interminables, sin contar con el desprecio que muchos de ustedes los toca vivir en sus trabajos, en la universidad o en el liceo porque son católicos practicantes. 

Estamos en una situación en la que ya no hay pesca, es verdad que en todas partes no es igual, pero la situación es dramática en general. Y la tentación es decir que tenemos que adaptarnos al mundo, o que por lo menos nos quedemos tranquilo y no combatamos. Todo eso desanima y puede darnos la impresión de que nuestro final está cerca. La tentación es la rendición ante el mundo.

Eso nos ha puesto en una sensación como del final del cristianismo. Hoy noticia es cerrar una iglesia y venderla para un restaurante o una piscina. Y no podemos caer en el complejo del derrotismo, eso es una trampa del demonio. Tenemos que hacer lo que hicieron los discípulos.

¿Qué hicieron? No habían pescado, estaban rendidos, pero San Pedro dice: en tu nombre echaré la redes. Tenemos que insistir en predicar a los próximos, a los que se acaban de alejar o a los que se han alejado hace tiempo, el mensaje de manera integra, sin cobardía, sin vergüenza y decir: CRISTO ES EL SALVADOR, y no el dinero, y no el sexo, y no el poder. Cristo es el Salvador, y en su nombre echo las redes. 

Y tenemos que asumir un tipo de martirio que es doloroso, que no es de la sangre, y que es el martirio de la burla, de la ironía, de sentirse inferior, con menos derecho que los demás y del derrotismo, que te dicen que esto no tiene futuro. 

¿Cuántas noches nos las hemos pasado bregando, fracasados, cansados, sin una ancla en la que nos podamos fijar para no dejarnos llevar por la corriente. Es verdad que somos pecadores, pero es verdad que Cristo ha pagado por nosotros, Cristo se ha convertido en nuestra ancla, el ancla de salvación.

Pero es preferible que le digas al Señor: prefiero fracasar contigo a tener exito sin tí; prefiero ser el último en cerrar la puerta y botar las llevas antes que abrir la puerta para que entre lo que no debe entrar; el martirio de aceptar el fracaso antes que traicionar a Cristo. 

Tenemos que estar dispuestos a aceptar ese martirio del fracaso. A nivel individual, a nivel de familia, a nivel de Iglesia tenemos que decirle al Señor que en su nombre sin rebajas, enseñando lo que Él ha enseñado, con caridad, con prudencia y con valentía. Y si no me escuchan y si mi palabra cae al vacío, pues a pesar de eso prefiramos ser una persona que fracasa sin abandonar al Señor, a ser una persona que tiene éxito abandonándolo a Él; porque el fracaso será el abandonar a Cristo.

Qué difícil es ser hoy en día un adolescente católico, que solos se sienten, que duro les toca estar en un ambiente en el cual los ven como unos bichos raros, en dónde el sexo es algo tan vanal como tomarse un vaso de agua, en donde dos tercios de la población mundial de la población de adolescentes se emborrachan mínimo dos veces al mes. Sufren una presión espantosa en sus ambientes porque no se emborrachan, porque no tienen sexo, porque no ven pornografía, porque quieren estudiar.

Eso es un martirio y nosotros los adultos tenemos que ayudarles para que no cedan a la presión. Y tenemos que combatir con ellos y en nombre de Cristo echar las redes. Acepta el fracaso si tiene que venir, antes que renunciar a Cristo. Si tiene que venir el fracaso, que no vendrá, porque el que se rinde es el que fracasa; pero si tengo que fracasar prefiero morir con Cristo a vivir sin Él, porque si morimos con Él triunfaremos y reinaremos con él. 

La segunda lectura pone el cimiento de toda vocación cristiana. Pablo lo sabía muy bien, y por eso era un convencido de la Verdad que nos mueve, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Por eso no tenemos miedo a fracasar, nuestro miedo tiene que ser el no vivir la fidelidad a Cristo, que Cristo no viva en nosotros. 

No tengamos miedo, no nos dejemos llevar por el derrotismo, no tengamos complejos de inferioridad; Cristo es el Salvador, es el Vencedor. En su nombre echa las redes y si las tienes que sacar sin un solo pescadito es preferible fracasar con Cristo a triunfar sin Cristo; pero la realidad es que el que es fiel es el que triunfa y el que se rinde es el que fracasa. 

Pidamos por los jóvenes que en la Iglesia se sienten llamados a echar las redes en nombre de Cristo, para que no tengan miedo y para que se fien de Cristo. ¡Qué así sea!

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GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA