LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Lc 2, 22-40
«Mis ojos han visto a tu Salvador»
LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Hace cuarenta días celebramos la Navidad. Según el evangelio de Lucas, cuarenta días después Jesús fue llevado a Jerusalén, al Templo. Allí dos figuras proféticas, Simeón y Ana, reconocen a este niño de apenas un mes y diez días de nacido como el Mesías y el autor de la Salvación.
María y José con su niño en brazos se presentan como unos pobres que llevan dos pichones de palomas. No tenían cómo llevar un cordero. Son ellos los pobres del Señor en los que se están realizando las promesas del Señor.
A los primogénitos habían que presentarlos al Señor, porque son del Señor. Todo primogénito varón le pertenece; por ese deben ser entregados al Señor, rescatándolos, no sacrificándolos. Se sacrificaban los animales, no los niños, por los niños se pagaban cinco ciclos.
San Lucas aprovecha ese rito de la presentación para no solo presentarlo al Señor, sino también a todos nosotros. Hoy se nos presenta a Cristo. No dice allí que María y José hayan pagado los cinco ciclos del rescate. Y no lo dice porque Jesús no fue rescatado, Jesús fue consagrado. Jesús no es salvado ni rescatado por nadie, sino que el toma nuestro lugar y muere por nosotros precisamente para rescatarnos a ti y a mí.
Esta escena de la presentación del Niño Jesús en el templo y la purificación de la santísima Virgen María era un momento normal de cumplimiento de un precepto, sin embargo aquella profecía del anciano Simeón, que rezaba y esperaba de Dios y le daba gracias porque había visto al Mesías recién nacido, le va a dar a esta escena un manto de oscuridad, un anuncio de dolor.
Simeón dice que esperaba la consolación del Señor. Imagen del pobre que espera. Esperando y sabiendo que el Señor aparece en su momento. En ese momento Simeón recita el himno que todas las noches rezamos en el oficio de la Litúrgia de las Horas: «Mis ojos han visto tu Salvador». Hoy la Iglesia te presenta al Salvador. Es una fiesta de esperanza, hoy podemos morir en Paz porque nuestros ojos han visto la luz salvadora, la gran luz que ilumina nuestras tinieblas.
Pero dentro de aquel ambiente festivo se introduce una sorpresa dolorosa, como cuando en un día bello y soleado de repente cae una tormenta inesperada que hace que todo se vuelva gris.
Simeón dice de Jesús: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Cristo, signo de contradicción para que se ponga de manifiesto lo que hay dentro. ¿Cuándo se pone de manifiesto lo que hay dentro? Cuando las circunstancias lo permiten y cambian. El que es hipócrita, el que oculta lo que tiene en su corazón, el que aparenta ser lo que no es; ¿y cuándo demuestra lo que de verdad es? Cuando las circunstancias cambian y mostrarse como es ya no le supone un riesgo, un perjuicio, una crítica y no le impide seguir en la carrera.
¿Y esto es bueno o es malo? ¿Es bueno que salga la basura que estaba escondida? Es bueno, aunque sea doloroso. Y es esto Jesús lo que ha venido a descubrir con su Palabra que es luz. No cabe la hipocresía en el seguimiento de Cristo, su luz esplendorosa pone de manifiesto toda la pudedumbre que pueda existir en nuestros corazones.
Y a la Virgen le dice: «y a ti una espada atravesará tu alma». ¿Y qué hizo la Virgen? No se espantó ni entró en crisis. Se mantuvo firme hasta el cumplimiento de esa profecía en el Calvario.
Hoy nosotros vivimos en ese viernes santo. Contemplamos a Jesús dándonos la Vida en la cruz, pero no es atrayente. María y Juan estuvieron al pie de la cruz ante aquel varón de dolores sin aspecto atrayente, pero ellos veían al Dios verdadero.
La espada de dolor atravesó su alma y ella se dejó atravesar y no salió huyendo porque entendió que ella compartía con su hijo esa espada, porque allí estaba naciendo la Iglesia.
Jesús no se impone en tu vida, el se presenta como un niño el tu vida, el se ofrece para aquellos que quieran recibirlo. Si tú quieres que Cristo venga a reinar desde la cruz entonces verás cómo se ilumina tu sufrimiento, verás cómo tus enemigos no podrán contigo, tus enemigos que son el demonio, el pecado y la muerte.
La primera lectura de hoy nos introduce en esa profecía de la Presentación que se cumple en el evangelio de hoy. A simple vista, ¿quién iba a pensar que en ese bebé de cuarenta días se encarnaba la Esperanza?
Hermanos y hermanas, como cirios encendidos irradiemos siempre y en todo lugar el amor de Cristo, luz del mundo. María santísima, la Mujer consagrada, nos ayude a vivir plenamente nuestra vocación y misión en la Iglesia, para la salvación del mundo. ¡Qué ella hoy le presente a Su Hijo, a los hijos que Él le regaló en la cruz! !Qué así sea!