II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-
Jn 2, 1-12
«Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea»
Este es uno de los relatos evangélicos más hermosos del evangelista Juan. Contemplamos a Jesús comenzando su ministerio no con una solemne predicación, ni con exorcismo, ni con ninguna curación o resurrección. Jesús comienza su ministerio en una boda, en un matrimonio.
Por aquí quisiera comenzar esta meditación. Jesús estuvo en un matrimonio. Sí, estuvo en otros muchos banquetes que compartía con publicanos y pecadores, pero de banquetes matrimoniales sólo debemos a evangelista Juan nos haya relatado este de Canaan.
¿Por qué en un matrimonio? Porque aquí Jesús eleva a la categoría de sacramento la unión del hombre y la mujer. Jesús no confeccionó el matrimonio, el matrimonio forma parte del plan original de Dios; Jesús lo que hace es darle categoría sacramental, a partir de entonces el matrimonio es asistido con la gracia de Dios.
El matrimonio no es sólo la base de la familia. El matrimonio es la base de la vida misma, el matrimonio es necesario para la subsistencia humana, es la garantía del crecimiento de toda persona que viene a este mundo.
El ser humano es el único animal que en su infancia y adolescencia es altamente vulnerable, necesitado de padres. Lon fundamental de la vida se aprenden de papá y mamá, lo demás son conocimientos. En casa se aprende a amar, a perdonar, a fraternizar, a sonreír.
Con su presencia, Jesús santificó el matrimonio. No podía ser menos. Jesús comienza su ministerio elevando a sacramento el diseño original de su Padre, y lo hace con creces, lo hace con abundancia y con bondad.
En tiempos de Jesús las bodas eran unas 'fiestas patronales', de cinco a diez días. Los invitados se instalaban en el lugar de la celebración; y es por eso que Jesús convierte no diez botellitas de agua en vino. No. Convierte seiscientos litros de agua en vino. ¡! Les deja asegurada la fiesta.
Pero además el vino nuevo transformado del agua es muchísimo mejor del que antes habían brindado. Su calidad es superior. No es sólo vino nuevo, también es vino bueno.
Una vez el padre Pio recibió la visita de un matrimonio que el había oficiado y que ya tenían diez años de casado y cuatro hijos. Fueron a decirles al Padre Pio que ya no se querían
¿Y saben qué les dijo el padre Pio? Les dijo: "Bienvenidos al vino nuevo, bienvenidos al vino bueno". Enamorarse es gratis, enamorarse es cuestión de sentimientos, es cuestión de pajaritos preñados; pero el amor verdadero si cuesta, ese si exige un sacrificio, exige donación, exige bondad.
¡Bienvenidos al verdadero amor cuando el sentimiento deja de sentir! Bienvenidos al verdadero amor, el que sigue amando a pesar de los defectos. Es allí cuando más necesitamos de la luz del sacramento y de la gracia del sacramento, de la fuerza que del sacramento viene y que es asistida por la Eucaristía y la Confesión.
El sacramento del matrimonio tiene que vivirse con la Eucaristía y la Confesión. Una confesión verdadera y una Comunión bien vivida nos llenan de luz y de fuerza, de lo que tanto necesitan los esposos para descubrir el amor verdadero.
No podía faltar mirar a la Madre en este evangelio. María es también protagonista junto a Jesús; ella adelanta su vida pública con su petición. «No tienen vino» le dice a Jesús, y Jesús eso ya lo sabía. No tenía necesidad de decirle a Jesús nada, porque Jesús lo sabe todo. Pero el evangelista nos quiere dar una catequesis acerca de la poderosa intercesión de la Virgen.
Jesús ante ese comentario de su madre lo que hace es poner a prueba la bondad de su madre cuando le dice: "¿y a ti y a mí qué nos importa?, todavía no ha llegado mi hora". ¿Y cuál era su hora?
Pero María, conociendo el corazón de su hijo se voltea y le dice a los sirvientes: "hagan lo él les diga". Como queriendo decir: "yo sé que no fallará". Y Jesús adelantó entonces su hora, la hora de su palabra que es verdad y vida.
Estamos en esa hora de Jesús en la Iglesia, y el sacramento del matrimonio se tiene que vivir en la Iglesia, no al margen de la Iglesia. Qué bueno es saber que en la Iglesia encontrarnos con otras familias que han pasado por situaciones más difíciles que las propias, y que con su fe se han mantenido firmes y ahora son testigos de esa fuerza y de esa luz que necesitamos en nuestro peregrinar al cielo.
Pidamos hoy por los matrimonios que conocemos, pidamos por su santificación y en cada hora santa al igual que pedimos por sacerdotes santos, elevemos también nuestra súplica al Padre por matrimonios santos, fuente y garantía de familias santas. ¡Qué así sea!