II DOMINGO DE NAVIDAD -Ciclo C-

Domingo 05 / Ene
Jn 1, 1-18
«Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron».

La palabra más conocida de este evangelio del evangelista Juan es : "...y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Y es verdad, pero lamentablemente a veces pasamos por alto la de: "vino a los suyos y los suyos no lo recibieron"

Por eso, este prólogo de San Juan tiene ese tinte de frustración del plan de Dios por el rechazo de los suyos. Es triste llegar a esa conclusión: no lo recibieron, lo rechazaron.

El pueblo judío al que pertenecía Jesús era un pueblo cumplidor de la ley y de los preceptos de Señor. No era un pueblo pervertido y de baja moral; por el contrario era gente buena y religiosa.

¿Pero qué pasó? ¿Por qué no aceptaron a Jesús y su palabra? Por una razón muy obvia. Jesús no encajaban en lo que ellos esperaban. Jesús era alguien muy insignificante, no valía la pena apostar por Él. Ellos tenían una idea muy distinta de lo que debía ser un mesías. 

Si Jesús hubiese venido en caballo y con un gran ejercito tal vez lo hubiesen aceptado, o hubiese hecho más multiplicación de los panes, o curado a muchos más enfermos. Pero Jesús no encajaba, y menos cuando lo vieron morir crucificado en una Cruz.

A un mesías humilde, pobre y crucificado no podían aceptarlo. Rompía con los esquemas de lo que debía ser un mesías: un libertador. No fueron capaces de ver el misterio de amor que había detrás del verbo hecho carne, de la carne crucificada.

¿Y nosotros? ¿No estamos haciendo lo mismos? ¿No están lejos de la casa de Dios los paganos bautizados porque Dios no les da lo que ellos esperaban? 

Pero también este texto del evangelio es esperanzador porque nos dice que a los que si lo recibieron les da un poder, el poder de ser hijos de Dios, herederos de la promesa; hijos en el Hijo, hermanos en Jesucristo. No les da dinero, ni seguridad, ni poder. Nos da el poder de ser hijos de Dios, y eso nunca pasará. Tú pides salud, dinero, seguridad, felicidad y Jesús te da vida eterna, te da el cielo, te lleva a sus moradas.

Lo que tiene que importarnos es estar con Cristo, ser hijos en el Hijo. Para eso necesitamos humildad, la humildad de acallar los deseos, la humildad de aceptar los silencios de Dios, la humildad de no entenderlo del todo, la humildad de que nuestros planes no tengan porque realizarse cuando queramos y como queramos. La humildad nos abrirá la puerta de la fe, de la esperanza, de la caridad. 

Pidamos al Señor que en este año que estamos estrenando que si seamos del grupo de los que lo recibieron, que tengamos el poder de ser sus hijos, que nos aumente la fe, la esperanza, la caridad; pidámosle que nos aumente la humildad. 

Señor no busco grandezas que superan mi capacidad, lo que quiero es estar contigo aquí en la tierra y en el cielo; y aunque no hubiera nada más, que lo hay, ya me conformo con haber estado contigo en la tierra, sabiendo que Tú me has de llevar por tu Misericordia, cuando llegue mi hora, al cielo. ¡Qué así sea! 

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GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA