IV DOMINGO DE ADVIENTO -Ciclo C-

Domingo 22 / Dic
Lc 1, 39-45
«¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

Tres ideas para la meditación de este cuarto domingo de Adviento. Es el domingo de la Virgen María. Recordemos que ella es protagonista del Adviento.

Lo primero es la rapidez con la que la Virgen se pone en camino para hacer una obra de caridad, para ir a asistir a su pariente Isabel que la necesita. Va de prisa. 

Así deberíamos ser nosotros. Alguien te necesita, ayúdala cuánto antes. Si puedes ayudar, hazlo cuanto antes. Esa persona está pasándolo mal, necesita consuelo, a lo mejor está sola, a lo mejor alguna ayuda económica. No lo demores. ¿A ti no te gustaría que te dijeran mañana, y mañana te vuelva a decir hasta pasado mañana?. Si puedes ayudar hazlo cuanto antes. María es un ejemplo de ello.

Además, tiene lugar la primera procesión del corpus de la historia, porque ella va con su Divino Hijo a hacer un acto de amor, el acto de amor de acompañar a su prima, y el acto de amor de llevar a su Hijo; y así lo reconoce Santa Isabel cuando dice: ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?, obviamente con el Señor incluído. Le está diciendo que sabe que está embarazada, y se lo está diciendo porque se lo diría un ángel, imposible que lo haya adivinado.

La segunda idea es precisamente la primera parte de esta respuesta de Santa Isabel: la humildad. ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? Cuando nosotros comulgamos decimos después del cordero: "Señor no soy digno de que entres en mi casa..." ¿Somos conscientes de eso? ¿Quién soy yo para comulgar? La comunión no es un derecho, es un don, es un regalo. Nadie lo merece, nadie es digno.

Por eso debemos agradecerlo, si fuera un derecho no agradeceriamos. Un trabajador no da gracias por el salario que recibe, porque eso no es un regalo, es un derecho. 

Cuando la Iglesia dice que los fieles tienen derecho a los sacramentos, no está diciendo que dejan de ser un don, sino que pueden recibirlo si cumplen las condiciones que se establecen. Por ejemplo para comunión un requisito es estar en gracia de Dios. Pero aún estando en gracia de Dios, no somos dignos y es un regalo inmenso.

La comunión es mucho más que yo, es Cristo y no lo merezco. Por eso antes se comulgaba de rodilla y en la boca, como signo de agradecimiento a Dios y de que no somos dignos, que no merezco comulgar aunque esté en gracia. 

¿Acaso soy yo digno de recibir al Hijo de Dios? Santa Isabel lo entendió perfectamente y lo expresó con una frase que no debemos olvidar nunca y hacerla nuestra: ¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor, quién soy yo para comulgar? ¡Gracias Señor, porque te has dignado entrar en mi pobre y pecadora casa. Gracias Señor!

La tercera idea de meditación de este evangelio es lo que también dice Santa Isabel: «Dichosa tu que has creido, porque lo que ha te dicho el Señor se cumplirá» La que ya creído. 

¿En qué creyó la Virgen? ¿Qué le prometió el Ángel? ¿Acaso San Gabriel le prometió alguna cosa de este mundo: palacios, villas y castillos, fortuna, honores, sirvientes? No le prometió nada de este mundo.

Y la Virgen creyó en que al poner su vida en riesgo, en peligro por ser fiel a lo que Dios la pedía, Dios iba a cuidar de ella. Y la salvó de morir apedreada porque se quedó embarazada sin haber convivido con su esposo. La salvó con la intervención del angel en sueños a San José. La cuidó el resto de su vida, aunque eso no significó que no tuviera que sufrir mucho.

No le dio riquezas, le dió la gran riqueza, a su Hijo Jesús. Y le dió a San José por un tiempo, le dió a los apóstoles, le dió a las amigas de Jesús y otros discípulos. Y la Virgen creyó que de verdad Dios iba a estar allí cuidándola, aunque ella sabía perfectamente el riesgo que corría al quedarse embarazada. Creyó que era Dios quien iba a tomar carne en su vientre. ¿Y nosotros creemos? 

A mí en lo particular me cuesta creer en la Divina Providencia cuando no entiendo, cuando las cosas se escapan a mi lógica me cuesta tanto creer. Creo que a María le costaría creer camino al calvario o al pie de la cruz, pero creo que en medio de esa oscuridad y de esa tormenta cuando la barca se estaba hundiendo María confiaba. ¿Tu confías en Dios? ¿Te pones en sus Manos? 

Por tanto, lecciones de este último domingo de Adviento: Rapidez para hacer caridad, como si fuera Cristo el que me espera; humildad para recibir a Cristo en la Eucaristía, y por último confianza para aceptar aquello que no entendemos, una confianza que necesita de la ayuda de Dios porque sin esa ayuda es imposible. ¡Qué así sea! 

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