XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo B-
Mc 13, 24-32
El final será de encuentro y plenitud.
Con el evangelio de hoy nos encontramos con un pasaje apocalíptico del evangelio de San Marcos. Es muy propio de la literatura apocalíptica hacer intervenir al cosmos, el lugar del Señor es el mundo visible. El sol se oscurecerá y la luna dejara de brillar. Habrá una conmoción porque el final de la historia será como un combate. El drama de la historia humana llegará a su final.
Todo esto es un lenguaje simbólico, como el de que las estrellas caerán sobre la tierra. Físicamente algo imposible, es más fácil que el planeta tierra caiga sobre una estrella. Pero habrá un estremecimiento, un colapso que demuestra cómo se derrumba el mundo que conocemos y muestra qué va quedar como verdadero. Todo lo que parece estable colapsará y dejará en pie lo que es más estable, ¿y qué es más estable que las fuerzas y principios que rigen la naturaleza visible? Lo que es más estable es Dios, es su designio.
Todo pasará, menos lo que se acoge a la Palabra de Jesús. Al final de todo hay una meta, y esa meta es Cristo. Será como una ruptura, una irrupción salvadora de Dios donde la creación y nuestros desvelos serán liberados de la corrupción y de todas las cosas, el sol, la luna, las estrellas, tendrán otro sentido, pues Cristo será "todo en todos".
El fin no es trágico, no es catastrófico, pues aparece el amigo que nos ha acompañado en tantas circunstancias: Jesús. No será un momento de aniquilación, sino de reunión y de encuentro.
Dios tiene gente en todas partes, de todas las razas y religiones. A veces podemos creer que hay zonas del mundo condenadas ya, que no tienen solución ni salvación. No podemos caer en eso error. Dios tiene elegidos en donde no te lo imaginas. Los conoce Dios, nosotros lo ignoramos.
En estos dos mil años de historia de la Iglesia esas Palabras de Cristo: "mis palabras no pasaran" se han cumplido.
Pero tengamos cuidado también con creer que los apocalipsis se cumplirán al final de la historia. La enseñanza de este evangelio no es para que nos sentamos a esperar qué va pasar después, sino para que nos aferramos a al que no va pasar.
¡Cuántas amenazas y persecuciones ha tenido la Iglesia! Se cuenta en el número de miles y miles de mártires. Siempre ha parecido que ha llegado nuestra última hora y que los poderes del infierno prevalecerán sobre la Iglesia y esto no es así. «No tengan miedo, yo he vencido al mundo», nos dice Jesús.
Lo que tenemos que hacer es escudriñar nuestros corazones y fijarnos si estamos siguiendo a falsos dioses, falsos señores, rivales de Cristo y que dicen que tienen la verdad, que tienen la razón, que tienen la libertad, pero que después se demuestra que como mucho tenían una parte de la verdad y nada de libertad.
Estar con Cristo es una garantía de futuro. Creamos en Cristo y sigamos a Cristo. Solo Él, solo sus palabras son las que triunfan y las que no pasarán nunca.
Dígamosle hoy a Jesús: Jesús yo creo en tí; creo que eres Dios, Hijo del Eterno Padre; creo que eres hombre verdadero, hijo de María; creo que tus Palabras son Espíritu y Verdad. Estoy dispuesto l, pecador como soy, a dar la vida por Tí. ¡Qué así sea?