XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo B-
Domingo 10 / Nov
Mc 12, 38-44
«Esa pobre viuda ha echado más que nadie»
La Iglesia nos propone hoy este evangelio que nos debe hacer reflexionar sobre nuestra generosidad con la Iglesia, con los pobres, con los que sufren.
La generosidad tiene una medida en nosotros que hemos recibido de nacimiento o de educación en casa. Mis abuelas y también mis padres me enseñaron lo que es la generosidad, porque yo los ví como se quitaban el pan de la boca para compartirlo con el que tenía menos que ellos.
Todos los que estamos aquí ni somos millonarios, ni lo hemos sido, pero hemos tenido padres que se han sacrificado por nosotros. Y ese es motivo de agradecimiento a Dios. Tenemos una deuda con Dios, incluso los que han tenido una familia en el que las cuestiones económicas eran difíciles. Tenemos una deuda y es esa deuda la que nos lleva a decirle a Dios: aquí me tienes.
Esa pobre mujer depositó todo lo que tenía, no echó dos céntimos. Echó todo lo que tenía. ¿Saben por qué lo hizo? Porque de seguro esta pobre mujer era consciente de la deuda que tenía. No sabemos, pero si Dios había intervenido milagrosamente y ante una oración suya le había curado un hijo?
Creo que eso es lo que debemos meditar hoy. Tenemos una deuda con Dios. La mía es muy grande. No me bastarían mil vidas para pagarla. Y todos los días me lo digo y se lo digo a Dios: ¡Gracias Dios mío!
Pero aunque tuviera menos deudas porque no hubiera nacido en este país, o hubiese tenido otra familia, o no hubiese tenido las oportunidades que he tenido, aunque tuviera menos deuda, hay una deuda que tenemos todos por igual: la sangre derramada de Cristo.
Cuándo contemplo al crucificado me pregunto: ¿pero qué he hecho yo para merecer esto? ¿Cómo es posible que el Todopoderoso se haya hecho diminuto en el vientre de la mamá, la Santísima Virgen, se haya puesto en sus brazos, cómo es posible que me haya amado tanto como para morir por mi en una cruz, para quedarse en un pedazo de pan, qué he hecho yo para merecer que me haya abierto el cielo?
Señor te doy gracias por la familia, por el país, por la familia, porque he podido estudiar. Pero sobretodo te doy gracias por tu sangre, te doy gracias por el cielo que me has abierto.
Y eso vale para todos. Y es esa acción de gracias que se expresa en la limosna, que no es solo de dinero. A veces esa persona no necesita tu dinero porque a lo mejor es más rica que tu, pero seguro necesita tu compañía, una visita, una sonrisa, un poco de paciencia. Allí está Jesús que te necesita.
Y hay, en esa persona, o en la Iglesia como la casa de Dios, hay tu pagas tu deuda. Sabiendo que aunque dieras todo no estás dando nada. Porque, ¿se puede comprar la sangre de alguien, se puede comprar la sangre del Hijo de Dios? ¿Se puede pagar suficientemente por ello? No.
Creo que cuando no somos generosos es porque no somos agradecidos, y cuando no somos agradecidos es porque no somos consciente de la deuda que tenemos. Y al no ser conciente pensamos que una migaja, una buruza ya es suficiente.
No quiero pensar que eso se deba a la incapacidad de agradecer o porque no tuvieron ejemplos buenos, quizás nadie les ha dicho lo que debemos a Dios.
A veces me encuentro con gente que yo se que es tacaña y poco da en las ofrendas y se excusan diciendo pero es que la viuda dió dos moneditas. Y no es así, no dió poco, lo dió todo, todo, todo.
El Señor nos está diciendo que seamos generosos, pero nos lo dice porque tiene derecho a nuestro agradecimiento y el agradecimiento para el cristiano se traduce en las obras de misericordia. No solo el dinero es lo que vale, el tiempo vale más que el dinero y cuánto se malgasta.
¿Cuánto tiempo gastas viendo una serie de Netflix? ¿Y si en vez de eso rezaras un poco más? ¿O dedicas ese tiempo en algún servicio parroquial como limpiar el templo y sus áreas verdes, o ayudar en Caritas o alguna otra organización de voluntariado? Allí seguro están esas dos monedas que dio la viuda, porque allí está tu vida, allí esta tu tiempo.
Fueron dos monedas, signo del hoy y del mañana de nuestra vida, porque la vida se mueve entre el hoy y el mañana. Claro, hay otros que quieren estar entre el ayer y el hoy sin mirar el mañana y otros quieren mañana desde el pasado olvidando vivir hoy. Las dos monedas son los dos tiempos en los que podemos vivir, tienes que elegir solo dos. Esta viuda le dio a Dios su presente y su futuro, le dio toda su vida.
Lo que le damos a Dios es nada comparado con lo que Él nos ha dado. Pidamos a Dios que nos de un corazón generoso, un corazón agradecido. Pidamos a Dios que nos de para poder dar y que delante de un sufrimiento, de una lágrima, no digamos nunca: 'eso no es mi problema' sino que digamos: '¡Señor! que pena que no pueda ayudar más, pero todo lo que pueda hacer, lo quiero hacer porque Tú Señor te lo mereces. ¡Qué así sea!