SOLEMNIDAD DE CRISTO REY -Ciclo B-
Domingo 24 / Nov
Jn 18, 33b-37
«Tú lo dices: soy rey»
Hoy es el día de Cristo Rey y con esta fiesta clausuramos el año litúrgico, aunque aún esta semana seguiremos con el tiempo ordinario hasta el próximo domingo que será el primero del Adviento.
Cuando celebro esta fiesta de Cristo Rey no puedo dejar de recordar aquellos hermanos nuestros, mártires que murieron gritando: ¡Viva Cristo Rey!, por ser fieles a Cristo y a su Iglesia. Los mártires cristeros de México, o los mártires españoles que fueron martirizados con la mayor bestialidad posible y de su boca lo único que salía era el grito de VIVA CRISTO REY.
Es el ejemplo de nuestros martires que nos han precedido, que murieron con el perdón en sus labios y la realeza de Cristo.
Y nosotros nos quejamos por un simple pinchazo, nuestras molestias no son nada comparadas con aquellos martirios. Pero hoy nos arrodillamos ante Cristo Rey, no nos arrodillamos delante de nadie, más que delante de Cristo.
Los hombres se arrodillan, cuando no tienen a Dios, ante cualquier cosa. Decía Chesterton: «el que no cree en Dios siempre es capaz de creer en cualquier cosa»
Pero los mártires estaban preparados, tenían formación, sabían a qué se iban a enfrentar. No tenían miedo. ¿Yo estoy preparado para el martirio? Hazte tu también esa pregunta.
¿Y por qué no estamos preparados? Porque no soportamos sufrir, el sufrimiento siempre lo vemos como una sorpresa y esa sorpresa me parece injusta; 'no hay derecho', dicen muchos cuando llega el sufrimiento. Creo que nos da más miedo sufrir que morir, sino en muchos países la eutanasia no fuera ley.
No estamos tampoco preparado para amar a Cristo con entusiasmo, con firmeza, convencidos. Hablamos muy poco del amor que le debemos a Cristo. Tenemos ese déficit de amor por Cristo. Nos falta centrar todas las cosas en Jesús. Todo tiene que ser por Jesús. Por ti Jesús todo lo que haga, mi familia, mi profesión, mi servicio. ¿Por Cristo estoy dispuesto a tomar mi cruz de cada día? El aceptó ser rey, pero cuando le ofrecieron la corona de espina.
¿Ofreces los dolores de tu enfermedad a Cristo? ¿Tus miedos, tus incertidumbres los aceptas por Cristo? Él por ti lo aceptó todo, entregó hasta su última gota de sangre, ¿y tú? ¿cómo le agradeces?
No se trata de sacralizar el dolor por el dolor, ese no es nuestro camino. Si hay que tomar un analgésico, hay que tomarlo; si hay que ponerlo freno a una persona que te está haciendo daño, hay que ponerle freno.
Pero hay tanto recorrido, tanto que si tenemos que aceptar que hay es donde viene nuestro encuentro con Cristo Crucificado. Tú aceptaste tu corona de espina por mi, tu aceptaste morir crucificado por mi, Tú aceptaste ser engañado por mi. Señor yo tengo que aceptar también tu cruz, la que está fuera de mi, por Tí.
Nosotros sólo podemos doblar la rodilla delante del verdadero Dios. Y eso es lo que tenemos que pedirle al Señor: la fuerza, la gracia para ser sus testigos; y la paz para no guardar rencor a quienes nos hagan daño.
Una vez a Santa Catalina de Siena se le apareció el Señor Jesús y le enseñó dos coronas: una de espinas y otros de oro, y le pidió escoger una. Por supuesto que Catalina eligió la de espina y le dijo al Señor: "elijo la corona que tú elegiste".
Eso hacen los santos, y eso es lo que tenemos que decirle al Señor: Tú eres mi Rey, sólo Tú eres mi Rey y mi Dios, sólo ante tí doblo la rodilla, quiero elegir la corona de espina porque fue la que Tú llevaste.
Pidamos al Señor que nos de la fuerza de serle fiel, de no echarnos atrás en la hora de la persecución, incluso la gracia de amarlo hasta el extremo de dar la vida, y que en ese momento podamos decir: «perdónalos porque no saben lo que hacen y Viva Cristo Rey».