XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo B-

Domingo 27 / Oct
Mc 10, 46-52
«Maestro, haz que pueda ver»

El evangelio de este domingo nos trae la historia de Bartimeo, quien debió haber sido un discípulo conocido; o él, o su padre que se llamaba Timeo.

Es un ciego mendigo, mendigo porque no conseguía trabajo por su discapacidad. ¿Qué es lo que caracteriza a este hombre? Primero que tiene fe y segundo que es consciente de que tiene un problema. 

Son dos condiciones que le llevan a suplicar, a pedir. Pedir con insistencia pero con humildad. No es exigencia, es petición, es súplica. 

Lo primero es reconocer el problema. Así se curan en los Alcohólicos Anónimos, comienzan a reconocer sus problemas, a reconocer que han caído en el alcoholismo. Eso no es fácil, menos en el mundo en el que vivimos. Hay que ser suficientemente humilde para reconocer, porque siempre estamos echando culpa hasta a la herencia, a la genética. Es verdad que siempre hay condicionantes, pero el asunto es que yo tengo un problema. 

Lo segundo es creer en la fuerza de Dios. En la gracia. Hemos perdido la fe en el poder de Dios. Tú no puedes, pero Dios si puede. A veces aconsejo a las personas que han roto su matrimonio y se han vuelto a casar lo que propone San Juan Pablo II: vivir en castidad, vivir como hermanos si quieren comulgar.

Pero por supuesto que enseguida viene la falta de fe: ¿Cómo se va poder vivir en castidad o de esta o de aquella manera conforme a la ley de Dios? No, lo que hay que hacer es suprimir esas prohibiciones y que cada uno haga lo que quiera. Todo eso porque hemos perdido la fe en el poder de Dios. 

El ciego mendigo cree en el poder de Dios y Jesús le hace el milagro diciéndole: "tu fe te ha salvado" y le cura. La fe en que Dios puede, pero la fe que se manifiesta con humildad, pidiendo ayuda, no exigiendo ayuda. 

Analicemos nuestros problemas rectamente, hagamos un examen de conciencia, reconozcamos cuáles son nuestras heridas y acudamos al Divino Médico, Todopoderoso que se ha hecho hombre y que nos ama para que nos cure y dile: 

"Señor no quiero ocultarte mis llagas que por otro lado Tú conoces de sobra; Tú me conoces y me amas como soy. Señor aquí te muestro mis heridas, apíadate de ellas, día a día, paso a paso. Levantándome si caigo. Te suplico Señor: "cúrame, sálvame, ayúdame" 

Para vergüenza de todos los anteriores, este hombre ciego y pobre es el modelo del que sabe responder al llamado de Jesús: “¡Ánimo, levántate, te llama!” (10,49), pasando del estar “sentado a la orilla del camino” (10,46) al “seguirlo por el camino” (10,52).

La súplica humilde del que reconoce sus pecados y del que pide ayuda a Dios nunca queda desatendida. El ciego Bartimeo nos muestra el camino, y nos enseña también el camino de lo que debemos hacer cuando hemos recibido la curación: seguir a Jesús, agradecer a Jesús; lo que ha hecho, lo hace, lo que hará por nosostros, siguiéndole e intentando amarle, parecernos a Él, cómo Él se merece. ¡Qué así sea!

Entradas más populares de este blog

Algo de mi, 25 antes y después.-

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA