XXVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO -Ciclo B-


Domingo 06 / Oct

Mc 10, 2-16

«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»


El rechazo de las nuevas nupcias después del divorcio siempre ha sido un problema, Cristo lo rechazó. Sus discípulos muy preocupados preguntan a Jesús, porque era una tradición muy arraigada en el pueblo y sus discípulos sabían que rechazar el divorcio era algo impopular. 


Comprendían que rechazar el divorcio les iba a quitar muchos seguidores. Pero Jesús no claudicó. Jesús rechaza el divorcio con todas sus consecuencias, el que se divorcie de su mujer o de su marido y se case con otro o con otra comete adulterio. Jesús no cedió.


Esto no lo puede cambiar nadie. Por mucho que quieran edulcurarlo o modificarlo, son palabras de Cristo. Para cambiar estas palabras de Cristo hay que negar el evangelio y negar que Cristo es Dios. No puede ser cambiado por NADIE, lo digo en mayúsculas.


¿Qué es lo que podemos hacer? Lo primero que hay que hacer es evitar que los matrimonios se rompan. Es verdad que todo está planteado para, de cara ayudar a los matrimonios que se han roto y han hecho una nueva unión. Pero lo primero que hay que hacer es evitar que el matrimonio se rompa.


Nadie se casa para divorciarse. Nadie emprende esa aventura como es el matrimonio con tantas implicaciones sociales de hijos, económicas, etcéteras. Nadie emprende esa aventura para romperla. El divorcio es un fracaso, el divorcio es una tragedia. El divorcio siempre está precedido y continuado con sufrimiento.


Hay que buscar una medicina preventiva para preparar a los novios para las dificultades de la vida, para lo que significa en la salud y en la enfermedad, para estar juntos cuando hay problemas, cuando esa persona con la que te casaste tan enamorado demuestra que no es la que creías, tal vez ha sido culpa tuya no haberle conocido mejor, o han madurado a un ritmo distinto; pero ahora ya están juntos y tienes que prepararte antes para afrontar la convivencia cuando esta no es perfecta. 


Y que conste que la Iglesia siempre ha aceptado la separación, no el divorcio pero si la separación porque nadie puede convivir por ejemplo con un maltratador o maltratadora.


Ahora bien, una vez que se ha producido el divorcio hay que seguir ayudando a esas personas, a las que han sido víctimas, ex cónyuges e hijos. Porque el divorcio deja víctimas. Y también al que ha pedido el divorcio, y se ha vuelto a casar hay que ayudarlo y asistirlo pastoralmente, ¿acaso no tenemos también una pastoral para los encarcelados? La Iglesia llega a todos. 


Recibirlos en la Iglesia, ofrecerles grupos de oración y pequeñas comunidades cristianas. Pero mientras su unión sacramental sea válida, no pueden comulgar, porque no pueden ir en contra de las enseñanzas de Cristo. La Iglesia ofrece hoy día muchas vías en los tribunales eclesiásticos para revisar esas uniones cuando hay indicios de que a lo mejor nunca fueron válidas. 


En la Iglesia caben todos, pero no todo. Todos los pecadores caben, pero no el pecado. El pecador siempre será bienvenido, pero no el pecado.

 ¡Qué así sea!






Entradas más populares de este blog

Algo de mi, 25 antes y después.-

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo C-

GRACIAS VIRGEN DE LA CABEZA