XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -Ciclo B-

Domingo 07 / Jul
Mc 6, 1-6
«No desprecian a un profeta más que en su tierra»

La envidia es un vicio terrible que nos amarga la vida. Jesucristo la padeció en carne propia de sus propios paisanos, a lo mejor también de sus propios parientes, la padeció de gente que lo conocían. Por lo general la envidia se vale de la amistad y de la familiaridad para empezar a actuar. Nos lleva hacer mucho daño y hacernos mucho daño. Hay que examinar detalladamente nuestra propia conciencia para descubrirla porque es un vicio que se camufla, que se disfraza.

¿Alguien tiene algo que a ti te gustaría tener? ¿Una casa?, ¿un carro?, ¿un trabajo?; ¿o tienen sus familiares mejores condiciones que la tuya? ¿Estudios? ¿Estabilidad familiar? 

Eso genera sentimientos de envidia que se camuflan, que no te llevan a decir de ti mismo que eres un envidioso, sino que empiezas a buscar excusas para poder volcar la agresividad que sientes hacia esa persona por envidia: excusas, defectos que tiene esa persona a la que envidias que son reales pero que a lo mejor los magníficas o lo sacas del contexto.

O incluso cosas que te inventas, que no existen, calumnias, porque quiere hacer daño a esa persona a la que tienes envidia. La envidia, incluso, llega al extremo de hacerse daño uno mismo, con tal del que otro también sufra; lo que cuenta es que el otro sufra, aunque tú sufras también.

Una parte importante de los conflictos entre hermanos, cuando ya mueran los padres y hay que repartir la herencia, aunque sea muy poca, está ligada a la envidia. Cuentas que se ventilan y que vienen de muy atrás, incluso de la infancia, cuando creías que papá o mamá quería más a tu hermano que a ti.

La envidia es un pecado terrible y necesitamos examinar cuidadosamente nuestra conciencia para descubrirla y quitarla de nuestras motivaciones y no nos engañemos nosotros haciendo creer que actuamos por justicia o por alguna otra causa noble.

Es este mismo evangelio hay otra tema más de fondo, se trata del rechazo que los suyos hicieron de Jesús. Lo rechazan por envidia, los suyos, pero hoy también lo rechazan los hombres y mujeres del siglo XXI porque no les conviene lo que dice. Se rechaza su mensaje, porque su mensaje incomoda. Por eso hoy algunos rechazan la divinidad de Cristo porque nos les interesa su mensaje.

Se rechaza la divinidad de Cristo cuando se dice que su mensaje tiene que ser cambiado, que su mensaje tiene que ser puesto al día; rechazan la divinidad de Cristo cuando dicen que Jesucristo no estaba enterado de determinadas cosas que después la ciencia ha puesto al descubierto como por ejemplo la condición de hombre, la condición de mujer. 

Todo eso es rechazar la divinidad de Cristo. Aunque no se diga formal y literalmente que Jesucristo no es Dios. Cada vez que se dice que hay que cambiar el mensaje de Jesucristo, se está diciendo que Jesucristo no es Dios, o cada vez que se dice que su mensaje estaba condicionado a la cultura de nuestra época se está diciendo que Jesucristo no es Dios. 

Si Jesucristo no es Dios, ¿cómo entonces va ser nuestro Redentor, nuestro Salvador? Todo en Jesucristo es diferente porque es Dios.

Nació en una cueva de Belén, donde se guardaban los animales, un lugar asqueroso, como hoy muchas personas que, por desgracia, nacen en medio de la basura. Pero al fin, Jesús tenía una mamá maravillosa y un padre adoptivo que los querían y defendían y eso es muchísimo más de lo que tienen muchas personas al nacer.

Tuvo que huir por persecución a Egipto, para que no lo mataran, como muchas personas hoy que tienen que huir de dictaduras y de pobrezas, incluso siendo niños. Imaginemos a los niños que huyen con sus padres por la selva del Dairen. 

Trabajó en su taller familiar, y con eso se ganaba el pan de cada día. Cuánta gente hoy en día no tienen un empleo fijo y propio.

Fue torturado y crucificado, y hoy mucha gente también es torturada; a lo mejor mucho peor que Cristo. 

Por tanto, lo que hace diferente a Jesús no es que haya nacido en una cueva-corral de ovejas, que haya huido a Egipto, que haya sufrido el escarnio y haya sido torturado; lo que hace diferente a Jesús es que Él es Dios.

Es Dios el que nace en un pesebre, es Dios el que tiene que huir como inmigrante a Egipto, es Dios el que te enseña, es Dios el que muere en la cruz por ti y es Dios el que resucita, demostrando con su Resurrección que es Dios. 

Esto es lo que hace diferente a Jesús. Me conmuevo no solo porque veo a un hombre crucificado, me conmuevo porque veo a un Dios Hombre crucificado; no me conmuevo solo porque veo a un bebé en un pesebre, sino porque ese bebé es el Hijo de Dios hecho hombre.

Si rechazo la divinidad de Cristo, nada tiene sentido. Todo en nuestra religión cae por su propio peso, y las enseñanzas de Jesús son enseñanzas humanas, y podrán ser valiosas como la de otros grandes hombres. Pero lo que diferencia a Jesús de esos otros tantos hombres, es que Jesucristo es Dios. 

Por tanto, el mensaje de Jesús no se toca. Quien lo hace es un hereje. Es un mensaje exigente, sí; pero es un mensaje que se ha hecho carne en miles y miles de hombres y mujeres que en estos dos mil años han vivido hasta de modo heroico el evangelio de Jesús con la asistencia y defensa del Espíritu Santo de Dios. Pidamos esta gracia para nosotros. ¡Qué así sea!

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