HOMILÍA DEL PBRO. NESTOR ULLOA ESPINA EN EL XXV ANIVERSARIO SACERDOTAL DEL PBRO. GUSTAVO ANTONIO ULLOA SUÁREZ

HOMILÍA EN EL XXV ANIVERSARIO SACERDOTAL 
DEL PBRO. GUSTAVO ANTONIO ULLOA SUÁREZ

Catedral de Maturín, 22 de mayo de 2024

Su Excelencia Reverendísima, Monseñor Enrique Pérez Lavado, querido primo y hermano en el sacerdocio, Padre Gustavo, sacerdotes concelebrantes, querida tía Andrea, familiares y amigos, Pueblo de Dios que peregrina en Monagas. Un saludo especial al Seminario Diocesano San Pablo Apóstol y a las parroquias que a lo largo de este cuarto de siglo han acogido el sacerdocio de Gustavo, Tavito como le decimos en casa, para distinguirlo de mi tío.

Hace 25 años en esta misma catedral, Monseñor Diego Padrón, segundo obispo de Maturín, hoy cardenal de la Santa Madre Iglesia, consagraba cuatro nuevos sacerdotes. De aquel grupo, uno solo era nacido en estas tierras monaguenses. Sin embargo, debemos hacer justicia a la historia y decir que se trata de una vocación genuinamente monaguense, pero que en parte también se ha fraguado al calor de nuestro sol zuliano. Que bonito es pensar que tu vocación, Padre Gustavo, va de oriente a occidente y regresa al oriente, recorriendo nuestro territorio nacional.

Y es que en el Zulia fuiste formado en la fe, completaste la iniciación cristiana y viviste el compromiso cristiano en la Parroquia de Cristo Redentor de nuestro querido Barrio Libertad. Como decimos en una gaita nuestra de allá, el barrio de mis andanzas donde viví a plenitud, donde transcurrió mi infancia, mi niñez, mi juventud…”. No podía ser de otra manera: solo pocos primos de la familia Ulloa tuvimos el privilegio de pasar la infancia en el número 99 de la calle Venezuela con ese maravilloso ejemplo de santidad que fue nuestra amada abuela Josefa Antonia. 

De ella aprendimos el valor de la oración, del trabajo incansable y, cómo no, la devoción a San Antonio de Padua. Como dijiste tú mismo el día de su sepultura, querido primo, en nuestra memoria quedan las paledonias y los besitos de coco que nadie puede hacer tan sabrosos en este mundo. Dios le haya dado ya el premio a sus buenas obras. A la sombra de ese modelo de fe se fue gestando en tu adolescencia la semilla de la vocación como años mas tarde le pasaría a este servidor. Dios fue muy bueno con nosotros en aquellos años. 

Aquel sábado 22 de mayo, ya con el Jubileo de la Redención a las puertas, celebrábamos la víspera de Pentecostés. Veinticinco años después, celebramos estas bodas de plata con la alegría aún fresca de haber recibido el pasado Domingo la efusión del Espíritu Santo, el mismo que te consagró sacerdote para siempre y que usa tus manos desde aquel día para traer a la tierra al Señor Jesús en el Sacrificio Eucarístico. Por eso celebramos esta Misa con las mismas lecturas de aquella ocasión. 
El libro del Éxodo nos presenta hoy a un Dios que entabla una alianza con el pueblo que él mismo ha creado al liberarlo de la esclavitud. Moisés se nos muestra en este pasaje como el mediador entre este pueblo y la manifestación visible de la Gloria de Dios. Israel no es capaz de entender el lenguaje de YHWH, mediatizado por el fuego, los truenos y el humo. Es Moisés quien entabla un diálogo con Dios y transmite al pueblo sus palabras. Es una excelente parábola de la experiencia divina del creyente, que intenta comprender el lenguaje de Dios. Es necesario que existan otros Moisés que transmitan a los creyentes las palabras divinas. 

Es lo que has estado haciendo en estos veinticinco años en tu sacerdocio, Padre Gustavo. Has puesto en lenguaje humano lo numinoso de Dios para el pueblo que te ha sido confiado. La experiencia de tu periplo vocacional te ha llevado, como a Moisés, por un camino en el que Dios se ha manifestado y te ha entregado sus palabras de vida para que el pueblo las comprenda. Es también una excelente lección para todos los sacerdotes: estamos llamados a comprender el misterio de Dios, penetrar en la nube de su sublime presencia y llevar a los fieles hasta la falda de la montaña santa. Es lo que el Señor ha hecho, especialmente, a través de las manos que él mismo ha consagrado para descender a la tierra en la Eucaristía.

El Señor conceda a todos sus sacerdotes, especialmente a ti, querido primo, la experiencia de Moisés: contemplar su rostro para que, esa parte de su Gloria que habita en nosotros, quede patente ante el pueblo sacerdotal.

Es un hermoso panorama el que nos dibuja la primera lectura, pero sabemos que en la práctica el Pueblo de Israel no respondió tan dócilmente a la invitación de Dios. Debemos contar con la limitación del creyente y con las limitaciones propias de los que lo guían. Por eso, necesitamos que el Espíritu Santo acuda en nuestra ayuda. Nos lo muestra San Pablo en la segunda lectura. La carta a los Romanos es, con toda seguridad, su obra maestra. Y es que tenía que escribir con los mejores argumentos a una comunidad que él no había fundado y en la que quería ganarse un lugar. 

A fin de cuentas, estamos hablando del corazón del mundo conocido en aquel momento. Por esta razón, a esa comunidad situada en el centro del mundo y conformada por diversos grupos sociales y raciales, Pablo les explica en qué medida el Espíritu que hemos recibido nos anima e invita a vivir en la esperanza ya que “en esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24). 

Primo, este elogio de la esperanza se encarna cabalmente en tu vida en estos últimos años de ministerio en los que, por la enfermedad te ha tocado sentir en carne propia cómo la creación entera está herida y gime con dolores como de parto. Los momentos de postración e incertidumbre que viviste, y que ocuparon las oraciones de todos nosotros, te permitieron ver que fuiste salvado en la esperanza. Una esperanza que, como nos cuenta San Pablo, se traduce en perseverancia. Es lo que hemos podido ver en tu vida y ministerio. 

Dios te permitió tocar de una manera inesperada las heridas de su Pasión en tu propia carne, para experimentar también el triunfo de su Resurrección. Cuando fui rector de nuestro seminario diocesano allá en Cabimas yo siempre decía a mis seminaristas que si no ofrecemos los sacrificios de nuestra vida de ninguna manera ofreceremos coherentemente el Sacrificio por excelencia: la Misa. Bendigo a Dios porque, después de esta experiencia, tu sacerdocio se ha vuelto, si cabe, más genuino. En unos momentos, cuando ofrezcas la patena del Sacrificio, tienes tú mismo algo que ofrecer: tu misma vida, marcada ahora por esta experiencia novedosa de la Pasión del Señor. 

El Espíritu Santo, que te consagró en el Bautismo, la Confirmación y el Orden, ese Espíritu que tomará tus manos para traer a la tierra la Carne y la Sangre del Señor, anime tu esperanza en el camino de la vida, a fin de que siga interviniendo en ayuda de las limitaciones de la humana condición en tu sacerdocio. 

Por si no quedaba claro cuál era el designio de Dios para tu sacerdocio, la Providencia quiso que fueras ordenado sacerdote en la festividad de Santa Rita de Casia, abogada de las causas imposibles. Ella es un elocuente ejemplo, con el estigma de la Pasión en su frente, de cómo todos los fieles debemos llevar siempre en nuestro cuerpo el morir de Jesús, para que se manifieste también que está resucitado. Que ella, tu madrina de ordenación siga acompañando tu sacerdocio con su intercesión amorosa. 

El Evangelio de Juan nos muestra a Jesús enseñando en el templo en el día mas solemne de la Fiesta de Sukkot. Este era el festival de otoño en el que el pueblo habitaba en cabañas durante siete días, recordando su estancia en el desierto. Terminaba esta fiesta con una solemne asamblea en la que el Pueblo renovaba el pacto con su Dios para el nuevo año que estaba por comenzar. Esta circunstancia nos permite relacionar esta fiesta con el establecimiento de la alianza que nos relató la primera lectura. Así, las palabras de Jesús “el que tenga sed que venga a mí y beba”, son análogas a las del Padre celestial en el Éxodo: “si de verdad escuchan mi voz y guardan mi alianza, serán mi propiedad personal entre todos los pueblos”. 

Tanto en el Éxodo como en el Evangelio estamos llamados a adherirnos a Dios con toda la vida, creer en y beber de Él. No se nos debe olvidar a los sacerdotes que, en medio del Pueblo Sacerdotal, somos también creyentes, christifideles, consagrados a Dios por el bautismo. Como diría San Agustín: “para vosotros soy obispo; con vosotros soy cristiano” (Serm 340,1). 

Recuerda siempre, primo y hermano, que eres también un fiel, un creyente, uno que hace camino con Dios y que además invita a otros a caminar. Pero en camino tú primero. Tu experiencia cristiana ha estado marcada por el constante movimiento entre el Zulia, los Llanos, estas tierras monaguenses y la Madre Patria. Dios te sigue invitando a caminar en su presencia en todas las latitudes a fin de que otros, por tu ministerio, se acerquen a Él, crean y beban de su Espíritu. 

La Sagrada Escritura termina con una maravillosa visión muy afín a las palabras de Jesús en este Evangelio. Se trata de la nueva Jerusalén, de la cual brota un río que genera vida a su paso (Ap 22,1-2). Así contemplamos tu sacerdocio, comunicado la vida divina en el Seminario Diocesano, las parroquias de Caripito y Cristo Resucitado, el Tribunal Eclesiástico y las otras comunidades en que has colaborado. Así queremos que siga siendo. Que tu andadura sacerdotal  continúe larga y fecunda y que a tu paso por el Pueblo de Dios que te sea encomendado brote, serena y dinámica a la vez, la Gracia divina.
 
Que al final de tus días entres en la presencia del Supremo Pastor para recibir la corona de Gloria que no se marchita (1Pe 5,4). Pero, mientras tanto, sigue alimentando al Pueblo sacerdotal con la Palabra y los sacramentos y, ahora mismo, en esta catedral que te vio nacer presbítero, entrega tus manos al Espíritu Santo para que traiga la tierra al Pontífice de la Alianza Nueva y Eterna. Que la Virgen Inmaculada interceda por ti y te siga tomando como hijo y posesión suya. Amén.

Pbro. Néstor Luis Ulloa Espina

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