VIERNES SANTO
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Los siete últimos dones que Jesucristo nos regaló fueron el culmen de su amor. Ayer contemplábamos la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento nuevo del Amor.
Hoy al pie de su cruz recibimos el regalo de su madre, de su corazón y de su sangre.
Para la Virgen tuvo que haber sido muy duro escuchar a Jesús decirle desde la cruz que en Juan tenía un hijo: "He ahí a tu hijo"; ¿cómo iba a reemplazar a Jesús? Eso no podía suceder.
Sin embargo, María enseguida entendió que Jesús le pedía otra misión: la maternidad espiritual.
El Señor tiene como objetivos hacernos hijos adoptivos de Dios. Esa filiación para que fuera completa tenía que pasar también por la maternidad.
Ese don lleva consigo aparejado el cuidado de la Virgen María. Ella hace bien su tarea de Madre, ¿hago yo bien mi tarea de hijo? El amor a Maria no desaparecerá nunca, nuestro pueblo es un pueblo que ama a la Virgen, sino ya hubiésemos desaparecido como pueblo católico.
Pero ese amor a la Virgen pasa por el rezo del santo Rosario, diario. Pero va más allá de las jaculatorias a María. Cuidar a María es ir más allá del sentimiento y de las oraciones, cuidar de María es cuidar a Jesús.
Con eso Ella ya está complacida, con cuidar a Jesús en la Eucaristía, no comulgando en pecado mortal y cuidando a Jesús en los pobres con nuestras obras de Misericordia.
Después que nos regaló a su madre, Jesús nos regaló su corazón de hombre que siente el abandono del Padre. Lo hace para que nosotros cuando lleguemos a esos momentos nos fijemos en El. Que cuando tengamos dudas de fe, también tengamos presente que Cristo se sintió abandonado por su Padre,
Jesús es como nosotros, también nosotros pasamos por momentos de oscuridad, no entendemos pero es allí donde tenemos que decir: "en tus manos Padre encomiendo mi Espíritu"
El último regalo fue su sangre. Esa sangre derramada por cada uno de nosotros pecadores no las merecemos, es el colmo del amor, es el extremo.
Esa sangre derramada se puede conseguir con un obstáculo para cumplir su objetivo. Se trata del impermeable que nos ponemos para que esa sangre no nos empape.
Cuándo tú dices que no tienes pecado, que te da igual pecar, cuando tú crees que tú conducta va conforme a tus circunstancias y haces lo que te da la gana.
¿Cómo te va perdonar Dios sino pides perdón? ¿Cómo vas a pedir perdón si no eres consciente de que lo que has hecho está mal? ¿Y si no eres consciente de lo que has hecho mal, cómo vas a cambiar?
Cierto que el camino de la santidad es un camino empinado, pero podemos intentarlo. El no nos ha dicho que a la tercera vez te dejaba de perdonar, nos ha dicho que siempre íbamos a poder alcanzar el perdón, pero hay que pedir perdón con un auténtico propósito de enmienda.
¿A quién va a perdonar entonces Cristo si ante su cruz nos ponemos una sombrilla para que su sangre resbale?
Decía San Agustín: «odia al pecado y ama al pecador» Hoy sucede al revés, hoy se ama al pecado y paradójicamente cuando el pecador peca entonces se le odia, se le pone de lado.
Démosle gracias hoy a Jesús por su Corazón y su sangre derramada por cada uno de nosotros. Démosle gracias a la Virgen Madre que estaba allí, de pie, firme ante la cruz viendo la tortura de su Hijo.
María estaba allí. Y estaba allí porque su Hijo estaba experimentando el abandono de su Padre Celestial, pero el abandono de su Madre no lo experimentó. Ella estaba allí.
La primera aparición de la Virgen María fue una bilocación. María se aparece al apóstol Santiago para darle apoyo y darle el amor de Madre que Jesús me había pedido para sus hijos. El Padre Pio cuando celebraba la Eucaristía le decía a la Virgen: "aquí tienes a tus hijos"
Es la Virgen María, la del Pilar que sostiene la primera evangelización dando ánimo a los apóstoles.
Sepamos estar como lo supo estar la Virgen, al pie de la cruz, en el momento más dramático de su Hijo. Tres regalos que son un tesoro: su madre, su corazón abandonado y su sangre. Gracias Señor por tu Madre, que ahora también es Madre Nuestra que está en el cielo en cuerpo y alma, en cuerpo glorioso de resucitada, gracias por tu corazón abierto en el que podemos confiar, gracias por sangre que nos limpia de nuestros pecados.
Gracias Señor Gracias.