VI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO -Ciclo B-
Domingo 11 / FEB

Mc 1, 40-45
«Quiero: queda limpio»
El evangelio de la semana pasada terminaba diciéndonos como había transcurrido el primer día de la vida publica de Jesús, y como había iniciado el segundo. Jesús se levanta muy temprano para ir a orar. Pedro se levanta más tarde y cuando se asoma al frente de su casa ve que hay una cola de gente esperando curación de Jesús.
Pedro se desespera y encuentra a Jesús orando, y prácticamente le reprocha que se haya desaparecido. Pero Jesús es tajante al decirle a Pedro: "vámonos a otros pueblos", porque también es necesario que a ellos les anuncie la Buena Nueva de la Salvación, que a ellos les predique la Palabra. Esa es la primera tarea de Jesús: anunciar la Palabra de Vida y Salvación.
El evangelio de hoy ocurrió en uno de esos pueblos o aldeas vecinas. Se le acercó un leproso, cosa que no podía hacer este enfermo, pero se acerca.
Recordemos que ha sido la lepra una de las enfermedades más estigmatizantes de todas las épocas, primero por el riesgo alto de contagio y en segundo lugar porque el hombre religioso de la época comenzó a asociarla al pecado personal de quienes se infectaban.
Los leprosos eran considerados seres impuros, la impureza en la biblia tiene que ver con todo el ámbito del maligno. Lo puro es de Dios, lo impuro es del maligno. Así que imaginense ustedes la cruz de estos enfermos que eran separados hasta de su familias. Era como estar muerto en vida. Se sentían hasta rechazados por Dios. El leproso no podía tocar a nadie y nadie podía tocarlo, porque a quien él tocara se convertía también en impuro.
Así que imaginen la valentía de este leproso que violó la ley y se acercó a Jesús. Seguro Jesús quedó solo con él, porque quienes lo acompañaban quedarían espantados de ver aquello y se irían corriendo.
Este leproso no se acerca a Jesús para pedirle que le quite la lepra. Escuchemos bien lo que le pide: «si quieres puedes limpiarme», no dice curarme, dice limpiarme; es decir, hazme puro, hazme de Dios.
Aprovechemos que el miércoles comienza la Cuaresma y acerquémonos a Dios para que El nos limpie espiritualmente.
Jesús no salió corriendo como los demás, Jesús no lo regañó porque había incumplido la ley. Jesús se acerca, extiende su mano, la mano poderosa de Dios, y lo toca.
Jesús también incumple la ley y extiende la mano no para castigarlo, sino para tocarlo, para acariciarlo. Ese es el Dios que nos ha venido anunciar Jesús; el Dios que se compadece, que con su ternura se acerca a nosotros para acariciarnos y no para pegarnos. Es un Dios que abraza, es un Dios que está cerca del que sufre, está cerca del enfermo.
Cuándo se tocaba a un enfermo, según la mentalidad de la época, se producía un contagio y una impureza.
Eso es lo que pasa en este milagro, Jesús toca al enfermo y lo contagia, pero lo contagia de alegría, de esperanza, de entusiasmo, de Espíritu. Por eso lo toca para que quede sano, lo toca para transmitirle su pureza de Dios y hacerlo puro, limpiarlo, para llevarlo al ámbito de Dios y arrebatarlo del ámbito del maligno.
Y Jesús, porque es Dios, no solo lo purifica sino que también lo sana de la lepra. A un enfermo, Jesús no solo quiere curarlo, no solo quiere darle salud, sino que también quiere darle Vida Nueva, vida con la que iremos al cielo.
Ya he dicho que la lepra era terrible, era una enfermedad que marcaba un estigma social más grave incluso que la misma enfermedad.
Jesús curó a este enfermo de lepra y le restituyó su dignidad. Incluso lo mando ir donde los sacerdotes del templo para presentar su ofrenda, como mandaba la ley de Moisés. Pero Jesús le pidió «severamente» que no se lo dijera a nadie.
Pero parece que fue lo primero que hizo este ex-leproso, y le causó a Jesús un gran problema, porque ya no podía andar más libremente por los caminos sin ser perseguido y agobiado por miles de enfermos.
Hay tres tipos de gente; los que no tienen fe, los que no creen, los que no piden; hay otros que tienen algo de fe, los paganos bautizados, los religiosos naturales, algo piden o piden a los otros que recen por ellos; y están los que tienen fe, y la pregunta es: ¿qué hacen los que tienen fe? ¿qué hacemos los que tenemos fe?
Este leproso de hoy por ejemplo es un creyente, a su manera; incluso es hasta humilde, no le exigió a Jesús la curación, le dice: "si quieres puedes limpiarme", y Jesús se compadeció.
Hasta aquí es perfecto, alguien con fe y humildad que pide ayuda. Pero faltó algo.
Jesús le pide que no se le diga a nadie porque Jesús lo que quería era predicar, anunciar su Palabra, y ese milagro podía hacer que la gente lo buscará solo para buscar curación del cuerpo, pero no del alma.
Este hombre traicionó a Jesús, lamentablemente le causó un gran daño. Jesús ha pedido a esta persona algo, y esa persona que debía estar llena de agradecimiento, lo que hizo fue causarle a Jesús un gran agravio, perjudicó al Señor.
También a nosotros nos puede pasar, ojo, ¿qué hacemos nosotros con el don de Dios? Porque a nosotros también nos ha curado, nos ha curado la lepra del pecado en la confesión. La confesión es el milagro más grande, es verdad que hay milagros físicos, pero también es verdad que siempre se hacen milagros en la Confesión. ¿qué haces con el don de Dios?
Los dones de Dios son la salud, la familia, la fe, la esperanza, también es el dinero bien ganado ¿qué haces con todo eso? Acudes a Dios a pedir, ¿y luego?
¿Qué hacemos hermanos con tantos dones de Dios? La única respuesta justa y humana es el Agradecimiento. Dile pues a Dios: De ti Señor lo he recibido, a ti Señor te lo devuelvo, es tuyo, no es mío, soy custodio, no el dueño.
A este leproso le pedía el Señor que fuera a presentarse ante el sacerdote y llevara su ofrenda, nada más. ¿Y a nosotros qué nos pide? Nos pide oración; nos pide compasión como el la tiene; nos pide que seamos capaces de perdonar; nos pide que le defendamos de todos aquellos que lo atacan, pacíficamente pero enérgicamente; nos pide que le amemos como su madre le amó.
¿Qué estamos haciendo con los dones de Díos? ¿Lo pones al servicio de El?
Los leprosos eran excluidos en todos los niveles: sociales y religiosos, incluso se les hacía creer que su enfermedad provenía de un castigo por un pecado cometido.
Al leproso le han hecho creer que Dios no lo ama, que Dios lo castiga, que Dios lo excluye. Pero el leproso de hoy no cree mucho eso, y por eso se atreve acercarse a Jesús y le pide con humildad: "si tú quieres puedes curarme".
Nosotros pasamos también por ese deseo de querer excluir del amor de Dios a los asesinos y a los violadores, y a los que se han robado el heraldo público, a los corruptos y narcotraficantes.
Con ese deseo que tenemos de excluir a esas personas de la salvación nos estamos alejando del deseo del corazón de Dios. ¿Y qué desea el corazón de Dios? La salvación para todos. Ojo tenemos que pedir para esas personas justicia, para eso existen las cárceles; pero también tenemos que desear que se salven.
La justicia humana y la salvación no están reñidas. Si una persona se arrepiente de todo mal puede salvarse. Pero ojo, para eso existe un lugar que es el purgatorio y allí se puede purificar todo el mal que se ha hecho. Y de allí pueden pasar millones de años purificándose.
Dios quiere que todos los hombres se salven, y nosotros no tenemos derecho de excluir a nadie de la salvación. La Iglesia tiene una lista de gente que ha entrado al cielo, no tiene una lista de gente que se ha ido al infierno.
Justicia, si. Salvación, también.
Entendamos lo que significa la condenación eterna y tengamos los mismos sentimientos de Dios que quiere que todos los hombres se salven.
El próximo miércoles comienza eltiempo de la conversión, tal vez sea la última oportunidad que tienes, no la desaproveches. ¡Qué Dios nos bendiga y nos proteja!