III DOMINGO DE ADVIENTO -Ciclo B-
Domingo 17/Dic
Jn 1, 6-8. 19-28
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanen el camino del Señor”»
Una vez más, en este adviento, nos presenta la liturgia de la Palabra a Juan el Bautista, ya no como en el domingo pasado que nos invitaba a la envangelización, al anuncio de la conversión comenzando por el arrepentimiento de los pecados, a preparar el camino del Señor, empezando por nuestras familias. Ahora nos muestra la humildad de Juan.
El nos dice que el no es el esperado, "yo no soy Dios", nos está diciendo. Una frase que deberíamos escribir en nuestro espejos del baño: "Yo no soy Dios". Cuando te levantes para cepillarte los dientes, o afeitarte o maquillarte, mirar el espejo y leer la frase: «Yo no soy Dios». También deberíamos escribirla en la pantalla del computador o en la del celular: YO NO SOY DIOS.
Fue el primer pecado, la serpiente o el demonio sedujo a Eva y a Adán con esa promesa: "serán como dioses si comen del fruto del árbol prohibido, si comen del fruto del árbol del bien y del mal"., es decir, si deciden por ustedes mismos qué es bueno y qué es malo, serán como dioses, el relativismo.
Esa fue la promesa del demonio, les prometió que podían derribar a Dios de su trono para ponerse ellos. Por supuesto que ocurrió todo lo contrario, perdieron el paraíso, arruinaron su vida y la de su descendencia; querian derribar a Dios de su trono para ponerse ellos, y resultó que tuvieron que salir huyendo del lugar maravilloso que Dios les había regalado que era su amistad, su filiación divina.
Y a nosotros nos sucede lo mismo por la soberbia, el gran pecado, el pecado raíz y madre de todos los pecados. Cuando nosotros por la soberbia nos creemos dioses, pensamos que somos el centro del universo, que nadie nos puede criticar porque somos don perfecto o doña perfecta, y reaccionamos ante las críticas con ira o con violencia. Te conviertes en Dios y nadie puede decirte nada.
Te conviertes en Dios y puedes hacer lo que te da gana, y crees que todos los derechos del mundo son tuyos y que puedes defender las leyes inicuas del aborto o de la eutanasia, o la ideología de género.
O también te crees Dios cuando pretendes resolverle la vida a los demás, hacerles felices. ¿Pero quién soy yo para hacer feliz a alguien? Yo puedo y tengo la obligación de construbuir a que una persona se encamine por caminos de felicidad. Pero no lo puedo hacer feliz porque esa potestad solo la tiene Dios.
Yo no soy Dios para llenar las expectativas de otra persona, soy un ser humano con limitaciones, con caídas, con temores, etcétera, y eso se lo tengo que decir y hacer ver al otro.
Por eso en este tercer domingo de adviento, la Iglesia nos recuerda la importancia de la humildad y el peligro de la soberbia. Pon en tu corazón y en mente esta frase: YO NO SOY DIOS.
No puedo decidir por mi mismo qué es bueno y qué es malo, tengo que aceptar la correcciones que me enseñan y me ayudan y que las necesito. Debo ayudar al otro, sabiendo que no puedo vivir la vida del otro, que puedo ayudarlo en lo más que pueda pero que no puedo convertirme en un dios para él, que lo más importante es que lo ayude a su encuentro con Dios.
Tercer domingo de adviento, ya solo una semana para la Navidad y te recuerdo lo que te propuse al iniciar este Adviento: Lectura de la infancia de Jesús en los primeros capitulos del evangelio de Lucas, imitar la humildad de la Virgen María, consolidar los lazos de la familia, y sostener tu esperanza en las promesas del Señor. Que así sea.