DOMINGO XXXIV -JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO- Ciclo A-


Domingo 26 / Nov
Mt 25, 31-46
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre... se sentará en el trono de su gloria»

La fiesta que hoy celebramos cierra el calendario liturgico que este año correspondió al ciclo A. Celebramos a Cristo que es Rey, a quienes los magos buscaban para adorarlo, a quién Pilato le preguntó si era Rey, y el respondió que si, pero que su reino no es de este mundo. 

En la cruz los soldados le decían: «si tu eres el Rey de los judíos, sálvate» y encima de su cabeza pusieron una inscripción que decía: "este es el rey de los judíos" y el ladrón bueno como lo llama la tradición le dijo: «Jesus acuérdate de mi cuando vengas con tu Reino»

Jesús es Rey y el evangelio de hoy nos dice que vendrá rodeado de sus ángeles y se sentará en el trono de su gloria, como se sienta un rey en su trono. No en el trono de la cruz desde donde nos salvó, sino en el trono de su gloria. 

Y en su trono ejercerá como Rey un juicio, porque habrá un juicio en el que no habrá misericordia para quien no practicó misericordia. Por tanto no hay salvación para todos. A veces se nos han contado solo medios verdades que nos han hecho mucho daño, verdad que seremos juzgados en el amor y el Señor nos lo dice hoy en este evangelio. Pero tambien es verdad que hay juicio, y que no hay salvación eterna para todos. 

Es verdad que Cristo quiere salvarnos a todos, es indulgente como el profesor que no quiere aplazar a ninguno de sus alumnos y les da las preguntas para el examen; así es también nuestro Señor que no quiere condenar a nadie por eso nos advierte que hay un juicio previo a la vida eterna, y nos da a conocer de antemano las preguntas que se nos harán en ese juicio. 

Te preguntará que hiciste cuando tuvo hambre, cuando tuvo sed, cuando estuvo desnudo, cuando estuvo preso, cuando estuvo solo, cuando estuvo enfermo, ¿qué hiciste por mi?, te preguntará.

Y se levantarán contra nosotros los testigos de la acusación y también se levantarán los testigos de la defensa, y los de la defensa dirán: me dió de comer, me vistió, me asistió cuando estuve enfermo, cuando estuve preso, fue compasivo. 

Y hay que esperar que los testigos de la defensa ganen a los que nos acusan, sobretodo si estamos arrepentidos del mal que hayamos hecho. 

Hermano procúrate muchos testigos que te defiendan. Con ese dinero que tienes, y que no te vas a llevar, socorre al pobre, al que tiene hambre, al que está solo y desasistido, al enfermo que no tiene cómo curarse; para que digan bien de ti ante el trono de Cristo Rey. 

Hoy como tantos mártires del siglo pasado en México, en España y en otros tantos países gritamos: ¡Viva Cristo Rey!, con la convicción que mi corazón no puedo ponerlo en las cosas de este mundo, porque el Reino de mi Rey no es de este mundo, pero toda la realidad ha de ser sometida a este poder salvífico de Cristo Rey. 

Su influjo poderoso va destruyendo el mal, el pecado, la muerte que somete a este mundo.. hasta que sean sometidos todos sus enemigos... que son también enemigos del hombre. 

He de vivir con los pies aquí en la tierra pero con esperanza puesta en el cielo en dónde Cristo me juzgará por el amor que no fui capaz de dar, por mi egoísmo, por mi omisión. 

Este evangelio insiste en otro aspecto que ya aparecía en la parábola de los talentos del domingo pasado. El siervo era condenado por guardar su talento sin hacerlo fructificar. 
A los que son condenados no se les imputan asesinatos, robos..., sino omisiones: no me distes de comer, no me vestistes. Se les condena porque han «dejado de hacer». No se trata sólo de no matar al hermano, sino de ayudarle a vivir dando la vida por él (1 Jn 3,16). El que no da a su hermano lo que necesita, en realidad le mata (1 Jn 3,15-17). 

El texto nos hace entender la enorme gravedad de todo pecado de omisión, que realmente mata, pues deja de producir la vida que debía producir y que el hermano necesitaba para vivir.

En el juicio final a lo mejor me vea como el que nunca hizo nada malo, pero eso no bastaba porque tuve que haber amado al máximo, porque un cristiano tiene buena conciencia no cuando no hace el mal, sino cuando hace todo el mayor bien posible a quien lo necesite.

Si nos sometemos ahora a este Rey y le dejamos infundir en nosotros su amor a todos los necesitados, tendremos garantía de estar también al final bajo su dominio e ir con Él «a la vida eterna».
Qué Dios te bendiga ¡Qué viva Cristo Rey! 




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